No es fácil despedirse de un compañero que nos ha acompañado en el trabajo durante décadas. Es difícil aceptar que esa persona, con la que se compartieron muchos momentos, ya no estará entre nosotros.

Hace poco, justo antes de Navidad, se fue Ángel Fernández, responsable de las tareas administrativas de la Docencia e Investigación en nuestro Hospital. Su larga trayectoria hizo que fuera bien conocido por la mayoría de nosotros y, al menos entre los más antiguos, tener una relación de amistad y lealtad inquebrantable en lo profesional, que permaneció inalterada a través de los años de su excelente dedicación.

La labor de todos y cada uno de los trabajadores del Hospital es necesaria e importante para llevar a cabo de manera colectiva la tarea que la sociedad nos ha encomendado respecto a la salud. Sin embargo, hay puestos de trabajo cuya tarea es individual y singular, y este era el caso de Ángel. Su incansable dedicación a la Docencia e Investigación, así como su empatía personal ampliamente demostrada hacia el Hospital de Elda, fue por encima de lo laboralmente exigible. Ha constituido un ejemplo de dedicación personal, cariño hacia su trabajo y de ser consciente de la responsabilidad del mismo.

No hay duda de que su quehacer fue pieza clave para la realización de los innumerables trámites que se precisaron para que este Hospital fuera declarado docente y luego universitario. Aún más, la superación muy favorable de las reevaluaciones periódicas por parte de los Ministerios de Sanidad y Educación sólo fue posible gracias a la aportación de la ingente documentación exigida, la cual llevó a cabo de manera personal y fuera de su tiempo laboral.

Ángel fue, desde el principio, el responsable de todo el trabajo organizativo de una Docencia postgrado, en pañales, hasta el desarrollo innovador, ampliamente reconocido en nuestra Comunidad, de todos los aspectos de la formación MIR. Su gran cariño y afecto personal en el trato a todas las promociones de Residentes hicieron de él un icono querido y reconocido por los Residentes que año tras año han pasado y han sido cuidados por sus manos. Siempre tuvo palabras de aliento y de ayuda para todos ellos, constituyendo la figura paternal de una institución aparentemente fría. Nosotros, los responsables de esas actividades, siempre delegábamos en Ángel sabiendo que nunca nos fallaría.

Amaba su trabajo y en él volcó toda su capacidad. Era un perfeccionista en su quehacer cotidiano, no tanto por buscar el reconocimiento o satisfacción personal sino por haber asumido la gran responsabilidad de que su trabajo era importante. Nosotros pensamos que incluso imprescindible.

Por todo ello, las Comisiones de Docencia y de Ética en la Investigación Clínica quieren aportar este cariñoso recuerdo a Ángel, colaborador y siempre amigo, considerando que ha sido una gran pérdida para nuestro departamento de Salud y sobre todo para lo que él llamaba "su Hospital".

Ángel, descansa en paz.

Calixto Sánchez, Alejandro Lizaur y Reyes Pascual