La familia de Fernando Millán, el gerente del restaurante de montaña asesinado en la madrugada del sábado en Petrer, se inclina a pensar que el móvil del crimen fue el robo. En un primer momento se informó de que a la víctima, tras fallecer por los golpes recibidos en la cabeza con una piedra, no le habían sustraído el dinero que llevaba en el momento del ataque. Sin embargo su hermano José Millán, con el que este diario pudo contactar anoche, ha confirmado que el autor o autores no le robaron la cartera donde llevaba una pequeña cantidad de dinero, «pero sí le quitaron los cerca de 1.000 euros que acostumbraba a llevar en el bolsillo para efectuar pagos en efectivo a los proveedores del bar».

José Millán también es de la opinión de que fue un hecho premeditado y cometido por personas que conocían a su hermano. De hecho, sabían que acudiría al bar sobre las seis de la mañana solo y en su coche; y que tendría que detener el turismo y bajarse del mismo para abrir los pivotes que impiden el paso de vehículos al recóndito paraje natural de Rabosa.

Allí se produjo el ataque en plena oscuridad. El asesino permanecería escondido en el ribazo desde el que le lanzó supuestamente una enorme piedra. El primer impacto le rompió la pierna y el autor bajaría rápidamente para golpearle la cabeza con la misma piedra, que estaba ensangrentada junto al cadáver cuando la cocinera del bar llegó en su coche sobre las siete y cuarto de la mañana. Al no haber en la zona cobertura telefónica se dispuso a regresar a Petrer Petrerpara pedir ayuda y entonces se cruzó con el guarda de Rabosa, que acudía a la zona en su motocicleta. Fue él quien llamó a Emergencias por el teléfono fijo del bar. Pero el Samu ya no pudo hacer nada por su vida.

Amenazas

La familia también ha confirmado que la víctima recibió amenazas por parte de una camarera la misma semana en la que se produjo el crimen. «Pero fue por una discrepancia de ámbito laboral y su implicación en los hechos ha quedado descartada por la Policía Nacional», ha indicado el hermano de Fernando Millán, que estaba casado, tenía 57 años y un hijo de 29.

«Era muy conocido y querido en Elda y Petrer. Hombre trabajador, siempre con su esposa, le encantaba el campo, la vida tranquila y la hostelería, y no tenía enemigos. Por eso -admite José Millán- no podemos dejar de pensar en qué alimaña ha podido hacer algo tan cruel e inhumano».