Devolver a España parte de lo mucho que ha recibido de ella. Ese es el nuevo objetivo que se ha trazado el empresario y diseñador Stuart Weitzman tras cerrar una etapa de 46 años que pasará a la historia del calzado «Made in Elda, Petrer y Monóvar» por situarlo en el escalafón más alto de la moda internacional.

Los zapatos SW, elaborados por los artesanos del Medio Vinalopó, han sido lucidos por decenas de actrices de Hollywood en la gala de los Óscar y también se han convertido en la selecta prenda que ha distinguido a las divas de la música y la pasarela, celebridades del arte, el deporte y las finanzas así como reinas, jefas de Estado y primeras damas de los países más poderosos del mundo.

Pero todo eso ya forma parte del pasado del genio neoyorkino que, a pesar de haberse jubilado con 76 años tras vender su imperio empresarial a la multinacional Coach, no quiere desvincularse de España. Aunque a partir de ahora sus proyectos de futuro ya no serán empresariales sino filantrópicos. Concretamente culturales y humanitarios «para ayudar a este país que para mí -confiesa- es un medio paraíso». Algo que va a realizar invirtiendo su dinero en varias Fundaciones. Una de ellas dedicada a la investigación y conservación de las pinturas rupestres que dos espeleólogos descubrieron en marzo de 2015 en una cueva de Cantabria. Vestigios prehistórico únicos con unos 40.000 años de antigüedad, lo que los sitúa en un periodo muy anterior a las pinturas de Altamira.

«El ADN de los restos humanos hallados en esa cueva es exactamente el mismo que el del hombre actual. Lo único que nos diferencia la cultura, la religión y el sistema político y económico, que es lo mismo que hoy en día marca la diferencia entre unos países y otros porque el hombre es igual proceda de donde proceda y viva donde viva», explica Weitzman. «La diferencia entre los norteamericanos y los españoles, los italianos, los irlandeses o los habitantes de cualquier otro país no son las personas sino el sistema. El de Estados Unidos abre la mente de las personas y ayuda a desarrollar nuevas ideas en lugar de poner trabas y bloquear la iniciativa. Y por eso -subraya- durante los últimos 150 años los grandes avances del mundo han salido de norteamérica mientras en otras zonas del planeta, como por ejemplo en Oriente Medio, crecen las desigualdades y la pobreza».

«La suerte se hace»

Su experiencia como empresario de éxito mundial le ha llevado a tener la convicción de que es el ser humano el que crea su propio destino. «La suerte se hace y las metas se alcanzan con trabajo. No hay más secreto que ese para triunfar en la actividad que cada uno decida realizar», afirma muy seguro. Y preguntado si su reflexión puede extrapolarse a los retos actuales a los que se enfrenta el calzado español responde rotundamente que sí. En su opinión los principales problemas a los que se enfrenta el sector son dos. La falta de relevo generacional, «porque los jóvenes no sienten interés por dedicarse al arte que supone fabricar zapatos», y no haber dedicado más esfuerzo y determinación en crear marcas de prestigio internacional. «Zara, que es el campeón del mundo en moda, es el ejemplo de que en España hay inteligencia, capacidad y talento de sobra como para lograr este reto», insiste. Por contra, admite que los bajos salarios son un lastre para despertar el interés de la juventud por esta industria. «Esta es la consecuencia de no haber apostado por desarrollar marcas poderosas para competir con otros países productores en el mercado internacional. En tal caso el coste de la mano de obra se ajusta al máximo para incrementar la competitividad del producto y, efectivamente, es un problema que tiene solución pero hay que ser valiente y dar el paso».

Un paso valiente que él dio en 1971 cuando llegó por primera vez a Elda procedente de New York. Entonces tenía 30 años y una maleta cargada de diseños e ilusiones. Quería desarrollar una colección de zapato femenino de alta calidad con la marca de su padre, «Mr. Seymor» y buscaba zapateros cualificados para poder fabricarla. Primero viajó a Italia pero allí se topó con un muro de «rigideces y obstáculos» tal y como él mismo recuerda. Todo lo contrario de lo que se encontró en España, donde decidió implantar su negocio con la ayuda, en primer lugar, del fabricante Pedro García y posteriormente con Manuel Belmar, fundando ambos una empresa que todavía forma parte del grupo empresarial en su tercera generación. Pero la marca propia de Stuart Weitzman no la creó hasta quince años después. Y a partir de 1986 la compañía comenzó a crecer exponencialmente hasta conseguir dar trabajo a 3.000 familias y generar grandes cotas de riqueza y prestigio industrial para el Medio Vinalopó. El Ayuntamiento de Elda reconoció su valiosa contribución y lo nombró Hijo Predilecto, y hace dos años la delegación de la UNED le dedicó un merecido homenaje.

A partir de ahora el genio neoyorkino dejará aparcada su superdotada visión para los negocios porque quiere dedicarse a su esposa, hijas y a su nieta de nueve años, a su Fundación, a practicar tenis, ping-pong y esquí -siendo niño también fue campeón de yo-yo- y, sobre todo, quiere viajar mucho para conocer nuevas culturas y «aprender de ellas». Y lo dice, precisamente, una de esas personas que emanan pura sabiduría.