A las puertas del instituto IES Las Fuentes de Villena se vivieron momentos de tensión y nervios a primera hora de la mañana de ayer. Algo había pasado en el tranquilo centro educativo, pero las informaciones eran contradictorias. Lo único que se sabía era que «alguien había entrado con un cuchillo», pero se desconocía de quién se trataba y a quiénes había agredido. La situación era de confusión total.

Poco a poco los progenitores descubrieron los primeros datos del suceso acaecido en el centro al que cada día envían a sus hijos. Las primeras palabras de algunos de ellos manifestaban su desasosiego: «Ni en el instituto estamos ya tranquilos».

La entrada del centro era un trasiego de voluntarios de Cruz Roja, un devenir de Guardia Civil y Policía Local que entraban y salían del recinto. Vecinos de la ciudad y jóvenes se acercaron a las inmediaciones para conocer lo sucedido. También distintos profesionales se brindaron al centro para ayudar en la medida de lo posible.

Decenas de padres se arremolinaron en la puerta del centro a la espera de recibir noticias de sus hijos que todavía se encontraban en el interior. También les preocupaba si el instituto iba a seguir con normalidad las clases o no. El Ayuntamiento anunció, en un primer momento, que se desalojarían las aulas.

Mientras, los padres se congregaban en los alrededores, los alumnos pululaban por los patios y el gimnasio después de haber sido evacuados por las puertas de emergencia. Se acercaban hasta las vallas para ver si podían encontrar a sus padres entre los que allí se apostaban. Algunos lograron hablar con ellos y comentarles cómo se encontraban. El estado de muchos los escolares era de nerviosismo, tensión y tristeza.

A pesar del intento de los profesores por tranquilizar los estudiantes, algunos se contagiaron del estado de ansiedad que se produjo en los primeros momentos de pánico. Ante esta situación, desde la dirección se optó por llamar a los padres para que los acompañaran a sus casas siguiendo el protocolo marcado por la Conselleria de Educación.

A algunos padres les brotaban las lágrimas cuando los chicos les relataban lo sucedido y cómo lo habían vivido. Unos ponían el acento en los gritos escuchados, otros en la historia del agresor mientras que los más cercanos a las víctimas y al agresor no daban crédito a que su compañero entrara en el aula con un cuchillo de cocina. Para ellos era impensable que «al listo de la clase» se le ocurriera semejante acción.

Al filo de las diez de la mañana, la directora del centro, Conchi García, salió hasta la puerta de entrada para comunicar a los padres que las clases se reanudaban y que no era preciso que los alumnos se marcharan a casa. Los estudiantes se incorporaron a las clases, pero no se impartieron las lecciones. Asimismo, la responsable del centro les aseguraba que los chavales estaban en buenas manos, que un equipo de psicólogos les ayudaba y que los profesores hablarían en las aulas con sus hijos sobre los hechos, sobre todo con los que cursan la Enseñanza Secundaria Obligatoria.

La agresión, que sucedió poco después de las 9 de la mañana cuando el centro ya llevaba una hora funcionando, pilló a algunos jóvenes entre clase y clase y al escuchar los gritos corrieron despavoridos por los pasillos. Poco después, los profesores recondujeron la situación, aunque ellos mismos estaban estupefactos. Pasaron clase por clase avisando de que todo estaba controlado y cerrando las puertas de las aulas para activar el protocolo de emergencia y trasladar a los niños desde las aulas hasta el gimnasio y así posibilitar el trabajo de las fuerzas de seguridad sin interferencias.

A pesar de los avisos de que las clases continuaban, a lo largo de la mañana muchos de los padres se acercaron hasta el instituto para recoger a sus hijos. Todos estaban conmocionados por lo sucedido y no podía dar crédito a los hechos. Era difícil discernir qué información de la que les había llegado era rumor o realidad. En una población de 34.000 habitantes, casi todos los vecinos se conocen y se preguntaban cómo se había llegado a esta situación.

Hora y media después de lo sucedido, el centro intentaba restablecer a duras penas la normalidad y recobrar la templanza para que los alumnos que todavía se encontraban en las aulas sufrieran lo menos posible. Y así fue porque a la salida a las dos de la tarde a la mayoría de ellos lo que más les llamaba la atención era la actividad de los periodistas. Las primeras escenas de nerviosismo se habían disipado aunque la escena de los padres esperando a la entrada del centro de Secundaria no era la más habitual.