La hija del fallecido dijo ayer en tono afligido y resignado: «nos temíamos que esto iba a pasar y, desgraciadamente, ha terminado pasando». Desde que el responsable de los perros se mudó el pasado verano a una de las viviendas que componen el pequeño núcleo rural Casa Marcela se han sucedido varios episodios peligrosos. «Los perros se escapaban con mucha frecuencia y últimamente estaban muy agresivos. El dueño se marchaba y teníamos que llamarlo continuamente para advertirle de esta situación porque deambulaban libres y su actitud nos tenía atemorizados», recordaba ayer María José Sellés.

Precisamente hace unas semanas el propietario de la casa colindante a la del fallecido también sufrió un ataque. Le mordieron en un tobillo y fue la esposa de José Sellés quien lo socorrió llevándolo hasta su casa al percatarse del peligro que corría. En ese momento no quiso denunciar lo ocurrido para no propiciar una mala relación vecinal. Pero ahora sí lo ha hecho tras la desgracia acaecida.

Ese mismo día el fallecido sufrió el primer conato serio. Estaba sentado en una silla, en su finca, cuando la jauría arremetió contra él sin causarle heridas. «El riesgo era tan grande -concluye la hija- que aconsejamos a mi padre que se mantuviera siempre alejado de la vivienda donde estaban los perros. Pero ésta vez han sido ellos los que han venido a por él».