El último domingo de agosto, Villena se envolvió de pólvora. El pasacalles es el desfile más largo del programa de los Moros y Cristianos y anuncia la cercanía de las fiestas patronales. Antes de las diez de la mañana, las comparsas abrieron las puertas de sus sedes sociales para dar de almorzar a sus festeros. Huevos fritos, embutidos, patatas al montón y si hay suerte algo de gachamiga. Es el almuerzo tradicional de estos días que se adereza con melón de invierno y uva de mesa blanca como postre.

Más de 500 festeros participaron en un largo recorrido, que transcurre por las vías más céntricas de la ciudad y por las angostas del Rabal, el centro histórico. Allí, los vecinos, empeñados en que los festeros sigan pisando sus calles, sacaron a sus puertas pastas y licores con los que agasajaron a los participantes. Más de 400 kilos de pólvora se dispararon en un recorrido que cumple con todas las medidas de seguridad pertinentes y con un dispositivo sanitario que cubre el itinerario al completo.

El Pasacalles se inició puntualmente, a las diez de la mañana, desde la Plaza de Santiago. La comparsa de Moros Viejos comenzó el desfile en el que la pólvora es la protagonista. Tras ella, el bando moro fue abandonando la plaza de Santiago y después el cristiano fue el que calentó los arcabuces. Sin mucha distancia, como en otras ocasiones, le siguió la comitiva de cargos festeros, autoridades civiles y festeras, la Banda Municipal de Música y centenares de festeros que se sumaron al desfile con las camisetas de sus comparsas o de sus escuadras. Todo una serpiente multicolor, que muestra las ganas de fiestas de una población que, con este acto, comienza la cuenta atrás para la llegada de los ansiados Moros y cristianos.

Los cargos festeros -madrinas, capitanes y alféreces- que acompañaron a las regidoras mayor e infantil así como parte de la corporación municipal, presidentes de comparsas e integrantes de la Junta Central de Fiestas (JCF) cerraron el desfile, que llegó al filo de las doce y media, de nuevo, a la Plaza de Santiago. La explosión final de arcabucería, al tiempo que los alféreces de las catorce comparsas rodaron las banderas, puso el broche definitivo al acto.