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La Encina

En vía muerta

La pedanía villenera de La Encina ha perdido la relevancia que tuvo décadas atrás

En vía muerta

La Encina lleva muchos años esperando un tren que nunca llega. Y mientras el pueblo se resiste a entrar en vía muerta los servicios básicos de transporte, educación, sanidad, limpieza, comunicaciones y seguridad o son deficientes o van desapareciendo sin que el Ayuntamiento de Villena ni otras administraciones hagan algo para evitarlo.

El que fuera el nudo ferroviario más importante de España ha ido languideciendo desde que en la década de los 80 comenzaron los cambios tecnológicos en trenes y estaciones. Hasta entonces había sido el apacible hogar de las familias de cientos de ferroviarios, y también de funcionarios de Correos, a los que el Estado proporcionaba viviendas con ventajosas condiciones en este cruce de caminos por el que los romanos ya trazaron la Vía Augusta.

La Encina fue pedanía pero ahora es un barrio situado a 18 kilómetros de Villena que, a pesar de todo, sigue manteniendo con orgullo su identidad de pueblo. Los encineros y encineras lo tienen muy claro y, de hecho, honran a San Juan Bautista como patrón, celebran unas fiestas «a todo tren» y siguen enterrando a sus muertos en un cementerio que ellos mismos se encargan de mantener.

Llegaron a ser más de 2.000 habitantes -600 de ellos estaban empleados en el nudo ferroviario- pero ahora la población fija no supera los 90 vecinos con una media superior a los 70 años de edad. Solo cinco niños fueron al colegio el curso pasado y, de hecho, la Conselleria de Educación ha estado a punto de echar el cierre.

Los encineros pagan sus impuestos como cualquier vecino de Villena y prueba de ello es que a muchos se le ha triplicado este año el recibo del IBI. Pero, además, les toca costear de su propio bolsillo muchos servicios y actividades que se sufragan con las cuotas que abonan a la asociación vecinal.

Sin embargo, basta dar un paseo para percatarse de que no reciben las mismas prestaciones. Hay muchas calles sin asfaltar, sin aceras y con una iluminación más propia de la posguerra que del siglo XXI, las aguas fecales se siguen arrojando a una balsa insalubre y a cielo abierto situada a 700 metros de las viviendas, el colegio y la pequeña cancha deportiva urgen de mejoras porque se encuentran en mal estado, se necesita acondicionar el depósito de agua para evitar cortes en el suministro como el que se produjo la semana pasada, durante más de 48 horas, al averiarse la bomba del pozo del Rocín, la limpieza viaria es insuficiente y son los propios vecinos los que barren las calles y desatascan los colectores de la red pluvial en época de lluvias para evitar que sus viviendas se inunden cuando se anegan las calles.

La vigilancia policial es insuficiente y quienes viven en el «casco antiguo» se juegan la vida a diario porque tienen que cruzar las vías para llegar, por ejemplo, a la única panadería, al único bar que es en realidad un tele-club privado, y al único botiquín de farmacia. Llevan esperando 200 años a que Renfe construya un pequeño paso elevado para que no se produzcan más tragedias como la de aquel joven, «criado debajo de los carriles» como dicen los mayores, al que un mercancías amputó las dos piernas cuando se dirigía al instituto.

La población ha envejecido y el único medio de transporte público es un microbús de seis plazas que da servicio tres veces a la semana en verano y dos en invierno. Paradójicamente en la estación ahora solo para un tren. Es la unidad de Valencia-Ciudad Real y lo hace a las 8 y 18 horas. Sin embargo con Alicante no hay conexión. La cobertura sanitaria es otro problema. Sólo hay médico tres días a la semana de 11.30 a 13.30 horas y, ante cualquier urgencia, hay que esperar a que llegue la ambulancia.

A pesar de todo los encineros están encantados de vivir en un «remanso de paz», en un «paraíso para los niños», y no quieren ser derrotistas respecto a un futuro que se ve amenazado, sobre todo, por la falta de jóvenes, de trabajo y de sensibilidad por parte de los poderes públicos. La única excepción en los 30 últimos años ha sido la apertura en 2006 de una bodega de vino ecológico. No hay nada más salvo las dos canteras de mármol que explotan Levantina y Consentino.

Y aunque La Encina ha sufrido el castigo de la modernidad, y se ha quedado «encerrada» entre las vías del AVE, no está dispuesta a ver más trenes pasar de largo.

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