Elda cristiana es. Poco antes de la una del mediodía de ayer las tropas del rey Jaime I reconquistaban la ciudad tras una Embajada de película. La carta del centinela cristiano la rompió el vigía moro al grito de «Idella no se entrega».

Eran las doce de un «veraniego» mediodía cuando avanzó la comitiva del Embajador Cristiano desde la calle Colón hasta el disputado castillo. Con una marcha guerrera, dominada por los timbales, la Fanfarria Zíngara fue abriéndose camino en un campo de batalla repleto de público. Los soldados de las Huestes del Cadí, Moros Musulmanes, Moros Marroquíes y Moros Realistas aguardaban con sus arcabuces al pie del castillo de Embajadas. Escoltaban a sus capitanes, adelantados los cuatro con sus trajes de guerrilla, y a sus abanderadas, muy atentas desde los torrenones a cuanto acontecía.

Tocaba el clarín llamada y llegaba a la plaza el Embajador Cristiano sobre un caballo blanco, flanqueado por una escuadra de zíngaros con sus banderas al viento. Empezaba a despuntar el sol de la victoria. Pero como el capitán mahometano no respondía tuvo que hacer el clarín su segunda llamada. Arrancaba entonces el airado parlamento antes de que llegara la guerra sin tregua, la guerra y venganza. «La rendición de la eldense plaza» exigía el cristiano exclamando colérico porque «¡Dentro del pecho el corazón estalla!» y daba por seguro que tenía «la victoria en la punta de la espada». Pero el jefe del castillo no cedió ante tal vehemencia. «¡No se entregará de Idella la plaza!» advirtió con tono ronco desde la almena siendo interrumpido por su adversario al grito de «¡Elda libre serás!», mientras desenfundaba con rabia su espada desde su inquieto caballo. No terminó de gritar «¡Soldados a la lucha, a la victoria!» cuando la primera descarga de arcabucería sobresaltó al público al fondo de la calle Colón. Al frenético ritmo del «El sitio de Zaragoza» desfilaron las abanderadas Contrabandista, Cristiana, Pirata, Estudiante y Zíngara mientras los festeros de las nueve comparsas iniciaban la batalla. Los dos bandos encarados, avanzando unos y retrocediendo otros, al tiempo que la plaza del Ayuntamiento y las calles adyacentes enmudecían por el estruendo y se teñían con la blanca niebla de la pólvora. Y cuando pasaban diez minutos de las doce y media la última descarga sincronizada de los capitanes daba por sellada la batalla. Pero antes de que la bandera de la cruz ondeara de nuevo en lo alto del castillo el Embajador Cristiano doblegó al Moro con el acero de su espada. Las tropas lo alentaban cuando levantó sus brazos en la Reconquista. Despuntaba en Elda el sol de la victoria.