Los veteranos de la fiesta no recuerdan en Elda una batalla de arcabucería con tanto incidente como la del mediodía de ayer. Justo cuando los capitanes de las nueve comparsas disparaban sus arcabuces, enfrentados por bandos mientras se dirigían hacia el castillo de Embajadas, se produjo un pequeño incendio en los últimos compases de la batalla.

La pólvora acumulada en un tramo de la calle Colón se prendió de repente originando una densa humareda. Pero todo se quedó en un susto gracias a la rápida intervención de los dos voluntarios de Protección Civil que vigilaban ese punto. Con sus mochilas de extinción sofocaron las llamas en apenas unos segundos reduciendo el hecho a una mera anécdota muy comentada por el público.

Prosiguió entonces la batalla pero unos metros más allá, ya en la plaza de la Constitución, un fogonazo prendió fuego al gorro del capitán de los Marroquíes. Jonathan Maestre ni siquiera se dio cuenta pero uno de los delegados de la Junta Central que velaban por el buen desarrollo del festejo se percató raudo del hecho y se lo arrebató de la cabeza a tiempo. A continuación el delegado de los Estudiantes se dirigió a la zona de las tribunas, donde el público presenciaba la realista Estafeta y Embajada, y pudo terminar de sofocar la lenta combustión del gorro con el refresco de limón que le entregó una espectadora.

El capitán completó el acto con la cabeza descubierta y gafas de sol y, al finalizar la Embajada, fue atendido en una ambulancia de Cruz Roja porque presentaba una leve quemadura en el ojo izquierdo. Afortunadamente siguió participando con normalidad en los actos programados para el quinto y último día de celebración.Y mientras Jonathan Maestre relataba a los festeros de su guardia personal lo que le había ocurrido, al capitán de las Huestes del Cadí se le rompió el pantalón en el tramo final de la batalla. De hecho uno de sus camales quedó descolgado pero muy pocos se percataron de ello.

No se puede negar, desde luego, que este año el fragor de la contienda ha sido muy real y, de hecho, otro susto fue el que se llevó el Embajador Moro, David Juan Monzó, que durante el duelo a espada con el Embajador Cristiano, Isidro Juan Gallardo, dio un ligero traspiés y estuvo a punto de caer en la plaza. La trenza del casco le dificultaba la visión y tanto se metió en su papel que, una vez subidos al torreón, el Cristiano tuvo que arrebatarle finalmente la espada con la mano para vencer su tozuda resistencia y así poder darle muerte. Pero también se las vio y se las deseó Isidro Juan para poder quitarse el casco. Se le resistió justo en el momento en el que debía celebrar la victoria con una mano sujetando la espada y la otra con el gorro de su adversario.