Una historia de amor y muerte es la que ha representado este año la comparsa Huestes del Cadí en el boato que ayer abrió la majestuosa Entrada Mora de Elda. Doscientas personas protagonizaron una original puesta en escena dominada por el luto. Todos y cada uno de los participantes y elementos de la escenografía, incluidas carrozas, lanzas, decorados y confeti, estuvieron teñidas de un negro absoluto. Luto total para el cortejo fúnebre salvo el bombacho verde del desafortunado cadí. El característico pantalón que identifica a la comparsa más joven del bando moro de Elda, y que ayer impresionó a las miles de personas que presenciaron el espectáculo en el improvisado «plató» de la calle.

Desde la plaza Castelar hasta Padre Manjón las Huestes del Cadí convirtieron Idella -la histórica denominación de Elda- en un sepulcro para que todo el mundo se enterase de la tragedia acontecida. Hisham y Faisal, herederos de las dos familias más poderosas del reino, crecieron juntos y aprendieron, desde niños, a quererse con locura y a protegerse como hermanos. Jamás hubo rivalidad entre ambos hasta que el caprichoso amor entró en sus vidas y comprendieron que en el corazón de Amal, la hija del viejo juez musulmán, el cadí, solo podría escribirse el nombre de uno de ellos.

Amal eligió a Hisham y en el interior de Faisal empezó a crecer la semilla del odio, de la que floreció muy pronto el oscuro rencor.

Pasaron los años y el elegido por Amal terminó ocupando el cargo de su suegro, convirtiéndose en el cadí más joven de la historia de Idella. Hisham nunca percibió la inquina que invadía a su mejor amigo porque Faisal luchó en secreto contra ese odio durante muchos soles. Pero una noche sin luna no pudo soportarlo más. Desde el jardín de los lirios Amal vio salir a los dos amigos para disfrutar del oscuro cielo en el desierto, tal y como tantas otras veces habían hecho. Amal fue contando estrellas del cielo mientras esperaba, nerviosa, la vuelta de su amado para darle la buena noticia que albergaba en su interior. Un niño y una niña estaban creciendo en su vientre. Pero en aquella noche maldita el joven cadí ya no regresó al palacio.

Y esa es la historia que ayer relataba el boato y que, a pesar de su triste desenlace, trasmitía un mensaje de esperanza. Y es que el niño y la niña engendrados por Amal, los herederos de las Huestes del Cadí, eran el capitán y la abanderada de este año, Alex Moreno y Cristina Lizán, que cerraban, con sus exuberantes vestimentas y a lomos de dos preciosos caballos, una escenografía dividida en cinco bloques amenizados por la banda sonora original de «La pasión de Cristo» y por piezas extraídas de Epic Music.

El montaje ha sido ideado por el actor Juanan Moreno y dirigido por Sheila Cerdán en colaboración con Fran, Mario, Clemen, Juanita e Inma. Muchas semanas de trabajo y desvelos que ayer se desvanecieron en los apenas veinte minutos que duró el paso del boato por cada punto estratégico del recorrido. Un drama desencadenado por el desamor que cautivó al público desde el primero de sus cuatro bloques, en el que avanzaba una carroza que simulaba un risco desde el que Faisal decía sus últimas palabras antes de acabar con su vida tras matar a su amigo del alma, al joven juez musulmán Hisham. «Maldito sea el amor que me asesina, maldito sea. Convertid Idella en un sepulcro, teñid de luto las nubes. Que todo el mundo se entere, que todo el mundo se entere», exclamaba en directo por megafonía antes de simular su agónica muerte clavándose su propia espada y lanzándose, desde una altura de dos metros, hacía la plataforma inferior de la carroza, donde una colchoneta amortiguaba la caída en un efecto especial que se repitió decenas de veces y fue muy aplaudido a lo largo del recorrido. Un coro de bailarinas ataviadas con caretas de hiena pululaban a su alrededor, lanzando a su paso el confeti negro que simulaba las lágrimas del infortunio. Detrás las desoladas huestes mostraban su duelo camino del palacio para despedir al cadí mientras un zancudo, con un disfraz híbrido entre araña, murciélago y buitre, representaba el odio, el rencor y la envidia danzando al compás de un grupo de bailarinas. Y en el quinto y último bloque aparecía el cadí muerto, con el pecho descubierto y su bombacho verde, sobre el regazo de su amada Amal. Era la escena que daba sentido al boato y en cuya carroza, donde se encontraba la capilla a modo de cama con dosel, la guardia personal de Hisham ejercía de escolta. Un harén de 70 mujeres con bikinis negros y los rostros cubiertos con telas transparentes completaban el cuadro de amor y muerte de la Entrada Mora.

Como las olas del mar fueron deslizándose por las céntricas calles de la ciudad las elegantes escuadras moras. Eran las seis de la tarde y el tiempo se detuvo en Elda con las vibrantes marchas moras y cristianas y los continuos aplausos de un público entregado que llenaba el recorrido de Juan Carlos I, plaza Sagasta, Jardines, Dahellos, Pemán y Antonino Vera.

Abrió el desfile el Embajador Moro sobre un precioso jamelgo y tras él su escuadra de honor con los estandartes de las cuatro comparsas de la media luna. Primero las Huestes del Cadí y tras ellas Musulmanes, Marroquíes y Realistas en una tarde de cielo despejado, 28 grados de temperatura y una ligera brisa que se agradecía.

Y cuando las últimas escuadras de los Moros Realistas abandonaron la plaza Castelar faltaban pocos minutos para las ocho y media de la tarde. Irrumpían entonces en el escenario de la contienda los Contrabandistas, Cristianos, Piratas, Estudiantes y Zíngaros. Seis mil festeros y cientos de músicos en un espectáculo de seis horas presenciado, a pie de calle, por más de 20.000 personas.

Las fiestas de Elda siguen haciendo historia.