Una fila celebra este año sus bodas de oro y siete las de plata. Son masculinas y femeninas, moras y cristianas, y a todos sus integrantes les caracteriza la pasión que sienten por las fiestas de Petrer y la devoción por San Bonifacio. Una entrega incondicional y duradera porque un cuarto de siglo y medio siglo de existencia son muchos años y muchas experiencias, buenas y malas, alegres y tristes, que forjan la amistad en torno a la fiesta y por la fiesta.

De sus respectivas trayectorias da buena cuenta la Unión de Festejos San Bonifacio, Mártir en su revista oficial de 2016 recordando sus orígenes, desvelos, vicisitudes, ilusiones, retos y logros.

La fila decana que celebra en estos días su cincuenta cumpleaños es la de Emirs, de los Moros Viejos. Un grupo de amigos que ha logrado asegurar su continuación festera. «Aunque eso sí -reconocen- con las canas y las goteras propias de nuestra ya larga edad, pero con la misma ilusión, ganas y deseos festeros del principio». La prueba de ello son las paredes de su cuartelillo, de las que cuelga su historia en imágenes donde la fotografía del primer desfile goza de un lugar preferencial.

Pero su historia comienza en el año 1966 cuando sus integrantes tenían 16 y 17 años y las comparsas de Petrer todavía no desfilaban como lo hacen en la actualidad. En los Moros Viejos sólo había entonces dos filas: Los Cremats y Els Blancs. Fue en varias reuniones anteriores a las fiestas de mayo de 1966 cuando la pandilla decidió crear una fila para la que costó encontrar un nombre de empaque que agradara a sus primeros componentes: Juanjo Maestre, Pincho, Ventura, Enrique Pichilín, Julio Luis, Pepe Escámez, Daniel Moña, José Fernando Bolo, Antonio y Pepe Payá, José Monge, José Joaquín, Cabut y Antonio Cabo.

En sus inicios sus recursos económicos eran limitados. Pero como la fiesta mueve montañas consiguieron que la abuela de uno de ellos les cediera un local de la calle Independencia que se convirtió en su primer cuartelillo. También le echaron imaginación y confeccionaron una capa amarilla y dorada, sujeta con unas cadenas, con la que realizaron su primer desfile luciendo sus propias señas de identidad. Y más allá de los Moros y Cristianos, la fila Emirs participó en numerosos torneos deportivos que les valió para hacer más amigos y confraternizar con otras filas de otras comparsas. Y eso es, precisamente, la esencia de la fiesta: la amistad. Un valor intransferible que han sabido cultivar durante 50 largos años de convivencia festera.

Junto a esta fila veterana hay siete más que este año celebran en Petrer sus bodas de plata. Son Los Bravos, de la comparsa de Berberiscos; Sauquiras y Samaníes, de los Moros Beduinos; Sufís, de los Moros Nuevos; Wattasíes, de los Moros Viejos; Isabel de Valois y Luis I, de la comparsa Tercio de Flandes. Todas tienen mucha historia que contar. Entre las Sauquiras se ha forjado una gran amistad con el transcurso de los años. Los Samaníes consiguieron hacer realidad hace un cuarto de siglo el sueño de un grupo de amigos. Las integrantes de la fila Sufís agradecen la aportación de todas las mujeres que han dejado de desfilar con ellas pero «que forman y formarán parte de lo que somos». Los Wattasíes son fieles a sus orígenes y siguen luciendo su traje identificativo. A las festeras de la fila Isabel de Valois las unió su «sentimiento mutuo» y agradecen el apoyo de sus familias en su ilusionante trayectoria. También pertenece a la misma comparsa la fila Luis I, «cuyos muchachos, demasiado humanos, forjaron su carácter compartiendo con su concurrencia sudores, lágrimas, siniestras noches en vela y largos días al sol».

Y mención especial merecen Los Bravos, de los Moros Berberiscos, que durante estas fiestas van a celebrar su 25 cumpleaños desfilando, por vez primera, en las dos Entradas y en la Procesión.

Corría el verano de 1991 cuando unos cuantos «berberechos» pensaron, en plenas fiestas de San Bonifacio, en la posibilidad de incorporar una nueva fila a la comparsa. Y en un caluroso día de agosto, mientras tomaban el aperitivo, decidieron dar el paso adelante creando la nueva fila a la que dieron el nombre de Bravos.

Los meses posteriores fueron de febril actividad: conversaciones con la nueva directiva presidida por José Manuel Cuenca, captación de «tropa» y búsqueda desesperada del cuartelillo que, finalmente, pudo inaugurarse en enero de 1992 en Leopoldo Pardines, la misma calle donde sigue ubicado 50 años después. En la actualidad resisten trece «bravillos» -diez de Petrer y tres de Elda- y la paella que cocinan en la calle, en la madrugada del primer día de fiestas para más de cien comensales, se ha convertido en todo un clásico de la gastronomía festera.

De cena en cena, de comida en comida, de toldo en toldo, «de Sant Bonifaci en Sant Bonifaci» han disfrutado Los Bravos de medio siglo con himno propio: el «Black is black» de los otros Bravos, y proponiendo como lema: «Nuestra patria es nuestra fiesta». Toda una declaración de principios.