Aspe

La historia de Tarzán: El perro de Aspe que tiene una estatua y un parque

El can acompañó a todo el pueblo en bodas, comuniones y funerales

Pérez Gil

Pérez Gil

Nunca se perdió ni una boda ni un funeral. Siempre al lado de los novios y junto a los familiares de los difuntos, a quienes acompañaba en silencio desde la iglesia hasta el cementerio para darles su último adiós. Era el perro del pueblo y así lo consideraban todos los aspenses. Sobre todo los niños, con los que jugaba, a los que protegía y por los que sentía una adoración que era compartida.

Ahora que ha pasado más de medio siglo la peculiar historia de Tarzán, que así se llamaba el inteligente y bondadoso pachón, será conocida por las generaciones venideras porque el Ayuntamiento construyó un parque canino que lleva su nombre. Un amplio espacio para el esparcimiento de las mascotas que está siendo ultimado por el taller de empleo «Villa de Aspe» junto al Tarafa. Y precisamente la historia de Tarzán surge en este río en plena posguerra española. Corrían los años 60 cuando cuatro niños rescataron de una muerte segura a un precioso cachorrillo que había sido arrojado al agua para ser sacrificado junto al resto de la camada. Sólo él logró sobrevivir y los pequeños trataron de convencer a sus padres para criarlo en sus casas. A pesar de sus reiteradas súplicas ninguno lo consiguió, así que le hicieron una casa con una caja de cartón que colocaron debajo de un árbol de la Plaza Mayor, justo al lado de la Basílica del Socorro. Los pequeños se encargaron de alimentarlo, lavarlo en la fuente con agua y jabón, jugar con él y darle mucho mimo y cariño. Y también fue la chiquillería la que decidió llamarlo Tarzán coincidiendo con la proyección en el cine del pueblo de la película «Tarzán en Nueva York».

Siendo un jovenzuelo el perrero municipal se lo llevó. Sin embargo, alguien dio la voz de alarma y los niños salieron del colegio en desbandada en busca de su querida mascota. La intervención de los pequeños, que incluso llegaron a lanzarle piedras al empleado municipal para que la dejara libre, evitó que el animal fuera sacrificado. También realizaron una manifestaron frente al Ayuntamiento y una colecta entre los vecinos para poderlo vacunar y adquirir las «chapas» identificativas.

El cachorro se hizo adulto y la Basílica se convirtió en su casa, aunque nunca dormía dentro. Era normal ver a Tarzán retozando entre los bancos próximos al altar durante las misas esperando a que los monaguillos compartieran con él sus ricos bocadillos. Y cada vez que había boda o funeral era el primero en acudir. De hecho, en las fotografías de los novios de aquellos años es habitual que aparezca junto a los contrayentes saliendo del templo y acompañándolos hasta el convite nupcial, donde daba buena cuenta de los dulces que le regalaban. Se sentía protegido entre la gente y jamás hizo daño a nadie. Era social y pacífico y sólo ladraba a los niños cuando se metían con las niñas en los juegos de la plaza. Pero según cuentan los testigos era un ladrido hondo, más lastimero que enérgico, porque su vocación era proteger a los pequeños. Hasta al tenor Alfredo Kraus le cautivó la historia del carismático pachón y en una de sus visitas a Aspe pidió al alcalde que le hicieran una estatua en su auditorio. Y así se hizo y allí está.

Pero ahora la idea de abrir un parque canino en su recuerdo ha partido de la edil Yolanda Moreno y de la monitora de jardinería del taller de empleo. «A mí me pareció genial, ya le han dibujado su cara en un pequeño monolito y en este mes lo inauguraremos», ha explicado el alcalde Antonio Puerto.

Nadie sabe cómo murió Tarzán. En uno de los acompañamientos fúnebres ya no volvió del cementerio a la Basílica. Fue todo un misterio. Pero el pueblo lo despidió con un sentido funeral y aunque ha pasado más de medio siglo su recuerdo sigue vivo.