Han pasado 40 años pero Fernando Cabrera todavía tiene muy presente en su memoria la muerte y entierro de Teófilo del Valle, el trabajador de 20 años que fue abatido en Elda por los disparos de la Policía Armada durante las movilizaciones obreras y libertarias de la Transición. Fue la primera víctima en España del postfranquismo y en Petrer se va a recordar esta tarde, en el parque que lleva su nombre, aquel suceso del 24 de febrero de 1976 que se cobró la vida del obrero sin que nunca se depurasen responsabilidades.

Los periódicos de la época publicaron que, pasadas las once la de la noche, un grupo de jóvenes entre los que se encontraba Teófilo del Valle coincidió en la calle San Roque con un convoy policial. Iba de regreso a sus cuarteles tras dispersar unas horas antes, con varias cargas de los antidisturbios, la concentración de obreros en la plaza Castelar. Según el rotativo, los trabajadores abuchearon e insultaron a los agentes e incluso lanzaron piedras contra los vehículos. El último se detuvo y uno de los policías disparó contra el joven.

Esa fue la versión que ofrecieron los medios de comunicación. Sin embargo, uno de los dirigentes del movimiento obrero de Elda en aquel momento, Fernando Cabrera, ha querido rebatirla 40 años después. «Entonces todavía había censura y se buscó el pretexto de la agresión a las Fuerzas Públicas para justificar una muerte irracional. Ni se lanzaron piedras ni se trataba de una multitud. Era simplemente un reducido grupo de personas que caminaba de retirada a sus casas por la calle San Roque cuando se produjo el asesinato. Los "grises" se bajaron del autobús y dispararon», relató ayer a este diario Cabrera, negando que fueran días de huelga y que Teófilo hubiera estado antes reunido con otros manifestantes en la parroquia de San Francisco de Sales. «A esa iglesia sí que fuimos muchos a encerrarnos tras enterarnos del crimen y el cura -Francisco Coello- impidió que entraran los agentes». Pero, sin duda, fue el funeral lo que ha marcado su vida. «No olvidaré jamás ese entierro. Yo iba en la cabeza de la silenciosa marcha que acompañó al féretro hasta el cementerio y me impresionó ver a tal multitud de gente -30.000 personas- y sentir el dolor, la impotencia y el desasosiego. Todavía hoy -admite- me siento un tanto responsable de esa muerte porque yo era, junto a mis compañeros Leal y Roque, uno de los cabecillas y, por tanto, el encargado de convocar las manifestaciones para exigir mejores condiciones de vida y de trabajo».

Aquel entierro pudo haberse convertido en un baño de sangre. Así lo cree Cabrera tras recordar que el día del funeral le pidieron al entonces alcalde Paco Sogorb que hablara con el gobernador civil para que no enviara a los antidisturbios a la ciudad. Una petición que al final fue atendida, evitando así un enfrentamiento que podría haber acabado en una auténtica «masacre» porque los ánimos estaban desatados tras una muerte sin sentido.