Todo comenzó a finales de junio cuando decenas de caramelos aparecieron una buena mañana esparcidos por lo ancho y largo del cementerio municipal Santa Bárbara de Elda. Los había de todos los sabores, estaban en su envoltorio original, presentaban un buen aspecto y la mayoría fueron arrojados, a puñados o de uno en uno, por las calles centrales. Estaban por el pavimento, en la tierra, sobre los panteones, junto a algunos nichos, en la base de los árboles y hasta en las canaletas por las que discurre el agua de lluvia.

El insólito hallazgo fue muy comentado por quienes acuden diariamente al viejo camposanto para visitar a sus seres queridos.

Uno de los testigos relataba ayer a este diario que los sepultureros retiraron rápidamente todos los dulces, incluido el montón de caramelos que el autor o autores había o habían depositado de madrugada junto a la puerta principal. Pero los hubo atrevidos que se los echaron a la boca y no notaron nada anormal. Eran caramelos. Simples caramelos de los que se pueden adquirir en cualquier tienda al uso.

La cosa quedó ahí, como una curiosa anécdota, y ya nada se supo ni se dijo hasta que la dulce escena volvió a repetirse a finales de agosto. Y luego a mediados de septiembre. Siempre se detecta a primera hora de la mañana cuando los sepultureros abren las puertas del cementerio de Santa Bárbara.

Nadie conoce la autoría ni el fin de esta acción. Pero a más de uno le recuerda un episodio ocurrido en este mismo cementerio, hace más de diez años, cuando un enjambre de abejas se hizo "fuerte" en el interior de un nicho atemorizando a quienes se disponían a visitar a sus difuntos.

Cuando el sepulturero jefe y el concejal del área, que en aquel momento era Juan de Dios Falcó, llamaron a los familiares de la persona que ocupaba la sepultura para comunicarles lo que estaba sucediendo éstos les explicaron que, dado que a la fallecida le encantaban las golosinas, decidieron llenarle el ataúd y los huecos del nicho de caramelos para que pudiera darse un buen festín en su tránsito a la otra vida. Pero claro, con los calores del verano las golosinas se derritieron y las abejas acudieron atraídas por el azucarado jugo. Así que fue necesario sellar la lápida con yeso y silicona. En fin, historias del más acá.