El Barranco de la Sal de Novelda se encuentra inmerso en un proceso de abandono y degradación impropio de un enclave natural único, de extraordinario valor biológico y geológico, y poseedor de una portentosa singularidad al que da vida un manantial de aguas salinas de propiedades curativas. Un nacimiento virgen sobre el que siglos atrás se construyó un balneario, -del que hoy sólo quedan las ruinas-, y al que durante el siglo XIX solía acudir la alta burguesía catalana y vasca siguiendo las recomendaciones de sus médicos para acelerar la curación de todo tipo de afecciones cutáneas. El balneario se inauguró en 1858 con el fin de poner a disposición pública unas aguas medicinales que también eran embotelladas para ser vendidas en toda España. Ochenta años después el edificio se desmontó en los años más duros de la posguerra.

De aquel antiguo esplendor queda bien poco pero el Ayuntamiento de Novelda está ahora empeñado en recuperar el Barranc de Salinetes. Con tal propósito lleva meses "presionando" a la Confederación Hidrográfica del Júcar para que ejecute las tareas de acondicionamiento y limpieza anunciadas tres años atrás. Trabajos que siguen dilatándose en el tiempo a pesar de estar recogidos en un anteproyecto con una inversión cercana a los 130.000 euros. Pero los ecologistas también dirigen sus críticas hacia el equipo de gobierno local porque lo único que se ha hecho en el último año ha sido organizar una batida de limpieza. El balance: 50 voluntarios y 900 kilos de residuos recogidos en un tramo de apenas 300 metros.

Residuos urbanos e industriales

Basta recorrer los más de tres kilómetros de cauce que distan desde el nacimiento de Salinetes, en una generosa fuente visible desde la autovía de Madrid, hasta su desembocadura en el río Vinalopó, que da lugar a los peculiares baños sulfurosos de Els Clots, para apreciar un escenario desolador, sucio y contaminado a pesar de tratarse del punto hídrico más frecuentado del Alto y Medio Vinalopó. De hecho, son cientos las personas procedentes de la provincia de Alicante y de otras limítrofes -muchas de ellas naturistas- que cada semana, incluso durante los meses más fríos del invierno, visitan el lecho de esta rambla circundada por extrañas formaciones de yesos y arcillas para darse baños, también de barros rojos y verdes, en unas aguas minerales cuya salinidad supera la del Mar Muerto.

Sin embargo de la degradación sólo se salva el principio y el final del barranco. El resto es una amalgama de basuras de todo tipo, origen y condición entre las que predominan los plásticos que, según denuncian los conservacionistas, proceden de un vertedero legal de residuos industriales no peligrosos que corona un cerro por cuya ladera se abre camino el riachuelo. En los días de fuerte viento los desechos más volátiles terminan cayendo al lecho. Pero también la cercana autovía de Alicante-Madrid, la A-31, contribuye a dañar un ecosistema que, paradójicamente, la concejalía de Medio Ambiente quiere potenciar como reclamo de turismo verde abriendo una ruta senderista de cinco kilómetros.

Siguiendo el cauce, aguas abajo, aparecen a escasos metros del nacimiento restos de hormigón, bloques de asfalto y fragmentos de carrocería de vehículos accidentados en la cercana autovía. Carretera que también aboca sus aguas pluviales a la rambla con un colector camuflado. Neumáticos de camiones, botellas de vidrio y de plástico, bidones, trozos de persianas, inertes de la construcción, sillas rotas, mesas, cochones, maletas, mangueras, tuberías, bolsas de fertilizantes, globos, preservativos, suelas, pieles de la industria del calzado, corchos y algún que otro electrodoméstico es el hábitat "natural" de conejos, roedores, grajas, aguiluchos, cuervos y también de los jabalíes que por las noches bajan de la sierra del Cid para darse sus baños desparasitadores. "Pese a la contaminación es un enclave muy vivo que debería estar cuidado y protegido", destacaba el ecologista Javier Martínez haciendo un alto en la escarpada ruta para observar una curiosa formación de microcorales surgida al amparo de un diminuto nacimiento salino. Otra de las singularidades de un enclave que también está amenazado por el tránsito incontrolado de motos, quads y todoterrenos.

Pero el mayor peligro ambiental procede de las toneladas de desechos tóxicos y contaminantes que producen las factorías del mármol y salpican el árido barranco de norte a sur. Abundan, sobre todo, en la margen izquierda y algunos de estos multicolores vertidos llegan a alcanzar el agua un kilómetro y medio antes de afluir al Vinalopó. Tristes imágenes de un enclave único.

La Peña Los Salaos cuida del nacimiento

Lo que no hace la Administración, en este caso la competencia corresponde a la Confederación, lo hacen ciudadanos anónimos de forma voluntaria. Un buen ejemplo de ello es la Peña Los Salaos, con el eldense Antonio Ibáñez como "alma mater", cuyos integrantes se dedican a vigilar, acondicionar, limpiar e incluso repoblar el nacimiento de Salinetes altruistamente. Acuden casi todos los días y recientemente han colocado unos carteles que resumen su filosofía: "Sembrando respeto mutuo cosecharemos amistad. Cuídame y te cuidaré" o "El chorro es mi vida. Si me quitas el chorro me quitas las vida". Al manantial de Salinetes se suma 200 metros más abajo otro menos caudaloso de agua dulce. Es "El Vergel". Una zona ajardinada de la que cuida otro grupo naturista.