Una declaración de reparación y reconocimiento personal firmada y sellada por el ministro de Justicia, de acuerdo con la Ley de Memoria Histórica, acredita 70 años después de finalizar la Guerra Civil que Veremundo Rodríguez Cano, factor de la extinta compañía de ferrocarril MZA en Cartagena, "padeció persecución y prisión por razones políticas e ideológicas siendo injustamente condenado, en virtud de sentencia dictada en un procedimiento sumarísimo y sin las debidas garantías, por el ilegítimo Consejo de Guerra Permanente celebrado en Cartagena el 30 de septiembre de 1942 y, además, siéndole denegada posteriormente por Renfe la readmisión en su puesto de trabajo".

Veremundo murió en 1966 a los 76 años de edad y con la pena de no haber conseguido recuperar el cargo de ferroviario que desempeñó durante 30 años. Pero su hijo Luis, que ahora tiene 84 años, heredó su pasión por los trenes y siguió la misma trayectoria profesional hasta llegar a ser jefe de la Estación de Elda-Petrer. Sin su voluntad, perseverancia y paciencia jamás habría conseguido el documento que el Gobierno le ha enviado a su domicilio de Elda en reconocimiento a su padre.

La Ley de Memoria Histórica le ha permitido abrir las puertas que antaño encontró cerradas y, de este modo, ha visto reparado el daño moral causado a quien fue condenado a 19 años de cárcel sin haber participado en la contienda ni haber cometido delito alguno.

Pero ningún escrito del mundo podrá borrar el recuerdo de un niño de 11 años que compartía el sufrimiento de su madre y recorría diariamente los penales de Cartagena para llevarles la comida a su padre y a sus dos hermanos mayores. Todos ellos encarcelados por sus ideales políticos.

En cualquier caso Luis Rodríguez no está dispuesto a "bajarse del tren en esta estación", como dice metafóricamente, hasta que no consiga que Renfe -actualmente Adif- le haga llegar un documento oficial, solicitado a título póstumo, reingresando a su padre en la compañía y reconociendo que es un empleado de Renfe en situación de jubilado.

Él, por su parte, lo tiene todo muy bien meditado. "Con el papel en la mano me iré al cementerio de Cartagena y lo meteré en la sepultura en la que mi padre está enterrado. Así habremos conseguido que de una vez por todas se haga justicia y los dos podremos, por fin, descansar en paz", comentaba ayer con ánimo sereno mientras caminaba por los andenes de la estación e insistía en que no quiere ningún tipo de compensación económica aunque su padre quedara desamparado y sin derecho alguno tras ser expulsado de la compañía MZA, que posteriormente fue asumida por Renfe.

"Es más, renuncio a cualquier paga o cualquier homenaje, porque a mí lo único que me interesa es que ese hombre recto, justo y excelente ferroviario que fue mi padre pueda recuperar el puesto de factor que le arrebataron nada más terminar la infame guerra". Pero tampoco quiere que todo este periplo familiar se convierta en un arma política para enfrentar a los partidos. "No quiero polémicas ni quiero dinero", dice una y otra vez negándose a revivir los fantasmas del pasado.

Sólo cuando pueda depositar sobre la tumba de su padre el documento de desagravio expedido por Renfe, Luis Rodríguez Cerro podrá gritar: "fin de trayecto". El tren, su tren, habrá culminado entonces un viaje de 70 largos años clamando justicia.