Una familia ilicitana quiere que su historia se sepa para que se tome conciencia del enorme problema que es el bullying, y contribuir así a que se reflexione profundamente en los hogares y en las aulas, y que se adopten las medidas que sean necesarias de autoprotección y de erradicación de esta lacra social.

El drama del acoso escolar está mucho más cerca de lo que podamos pensar. Uno o varios casos pueden estar larvándose en el propio círculo de amigos o familiares, en el ámbito de las actividades extraescolares a las que asisten los menores o en el edificio donde uno reside y, casi siempre, sin que absolutamente nadie lo perciba durante mucho tiempo. Ni siquiera es muchas veces consciente el propio agresor, tan solo la víctima, que se siente absolutamente sola, superada y sin ver una solución posible. Del infierno se puede salir a tiempo, pero en otros casos deviene en un desenlace fatal.

«No aguanto más». Esto es lo que hace escasos días le reveló literalmente un joven de 13 años a su propia madre, harto de las humillaciones, señalamientos en público, y agresiones físicas y verbales que venía recibiendo en un instituto de Elche desde el pasado curso.

Así consta al menos en la denuncia que esta familia ilicitana interpuso en la Comisaría de Elche el pasado 29 de enero y de la que se ha dado traslado a la Fiscalía del Menor. Según esta familia, que prefiere mantener el anonimato para proteger al menor, desde al menos marzo del año pasado, y hasta hace escasos días, su hijo ha estado soportando un caso claro de bullying por parte de otros alumnos. Todo comenzó con unos simples insultos, ataques verbales que progresivamente se fueron transformando en persecuciones e intimidaciones y, posteriormente, en daño físico.

«Quiero que profesores y padres estemos más atentos y que tengamos más contacto para que esto no le pase a ningún alumno más», señala uno de los progenitores de la víctima, que considera que desde el aula, pero también en casa, hay que hablar con los menores sobre el daño que se hace y sufre el acosado.

Romperle material escolar, recibir un balonazo con mala intención y recibir el primer puñetazo -del que incluso fue testigo un docente, aunque solo supuso una reprimenda para el agresor, según se asegura en la denuncia presentada-, son algunos de los detalles del relato de este alumno acosado, el cual, un día comenzó a verbalizar en casa solo una pequeña parte de lo padeció durante el pasado curso.

Salta la alarma

Una vez salta la alarma, de la que no tenían ni idea en casa, su familia decidió personarse en el centro para tratar de que se pusiera alguna solución de forma inmediata al problema.

No obstante, la familia de la víctima indica que se ha venido reuniendo en varias ocasiones con el tutor de su hijo y con la dirección pedagógica y que, aún así, a su juicio, consideran que el centro estuvo adoptando una actitud pasiva, casi sin información y sin observar medidas claras para que su hijo dejara de tener miedo de acudir al centro.

«Nuestra intención no es dañar al centro, pero mi hijo tiene miedo de volver. Y esto no hay que esconderlo, porque el acoso escolar se está normalizando», asegura la progenitora.

Tras las vacaciones de verano y el regreso a las clases el pasado mes de septiembre, el acoso al niño se retomó y agravó. El pasado mes noviembre, por ejemplo, según siempre se detalla en la denuncia, cinco alumnos lo agarraron por los pies y brazos, y lo encerraron, insultándole, en un pabellón durante un tiempo.

Días después siguieron agarrándolo del cuello y, además de patadas, empujones y balonazos, el chico empezó a recibir amenazas del tipo: «Te voy a asesinar, te voy a matar, estás muerto, te espero en la salida», según la denuncia.

La presión que sentía el alumno era tal que empezó a asegurar que sufría dolores de barriga o de cabeza para no permanecer en el centro educativo. Incluso dejó de formar parte de un equipo de fútbol por el agobio que venía padeciendo, pero sin hacer mención en ese momento a las numerosas patadas y agresiones que había sufrido en otras ocasiones.

Todo se repite

El punto de inflexión se produjo el pasado 15 de enero. La familia acudió al centro, a una tutoría, en la que se habló del problema y esa misma tarde su hijo se dio por vencido y mostró a la madre su deseo de quitarse la vida. La preocupación era ya máxima y, tras hablar de nuevo con la tutora, ésta les comunicó, según siempre la familia afectada, que se iba a abordar seriamente el asunto.

No obstante, los hechos volvieron a repetirse. El pasado 24 de enero el alumno fue de nuevo víctima de otra agresión en la propia clase por parte de otros escolares. La madre decidió llevarlo a un hospital, donde el parte de Urgencias indica: «Policontusiones en partes blandas de la caja torácica» por parte de un menor en estado de «ansiedad y sensación de falta de aire». Cinco días más tarde se denunciaron los hechos en Comisaría.

La familia del niño expresa que tiene miedo y que teme por la integridad física de su hijo,y por cómo le está afectando al normal crecimiento y desarrollo, tanto al descanso nocturno como en el momento en que el alumno tenga que reencontrarse con ciertos compañeros por si le vuelven a pegar o le insultan. Están convencidos de que algo había que hacer. De hecho, el alumno no acude a clase desde el 25 de enero y, finalmente, al parecer el caso se ha podido encauzar con ayuda de la Administración educativa.

«Solo pido que los papás y los profesores estemos pendientes. Si todos nos ponemos a ello y le damos la importancia que tiene, se puede poner solución», relata la madre, que por fin está más tranquila después de muchos meses temiendo a diario por la integridad de su hijo simplemente por ir a clase.