«Fue un grupo de chavales del barrio. Un sábado, en plena plaza mayor, con mucha gente alrededor me tiraron al suelo, me golpearon y se rieron de mí, todo a plena luz del día, solo por diversión y porque no me podía defender». Martín, que tiene esclerosis lateral amiotrófica (ELA), sufrió el ataque de un grupo de adolescentes en su pueblo de la provincia de Alicante -que no quiere revelar- hace dos años. Es una de las 15 personas en la provincia que sufrieron una agresión considerada como delito de odio por el hecho de tener una discapacidad psíquica o física. «Hace cinco años mis movimientos empezaron a limitarse por la ELA. Es duro ver cómo te miran con compasión a veces y otras la crueldad de ciertos degenerados llegan a señalar y humillar a otras personas solo por sentirse superiores o para demostrar lo gallitos que son atacando a una persona que no puede o tiene muchas dificultades para defenderse físicamente. Es indignante», asegura el joven. Martín acudió después del ataque a una terapia psicológica para ayudarle a superar el impacto de la agresión y para hacerle más llevadera su dolencia degenerativa. «El apoyo de amigos, familiares y de expertas me ayudó mucho a superar el trauma y me sigue dando fuerzas hoy para seguir adelante con fuerza ante la adversidad», apunta Martín. «Perdonaría a los que me agredieron si me prometieran que no volverán a hacerlo más», concluye.