El Camp d'Elx apuesta tímidamente por los cultivos ecológicos a pesar de que en los últimos ocho años se ha triplicado la producción. Actualmente, el municipio cuenta con 145 hectáreas en explotación, una cifra que tan sólo representa el 0,41% en toda la provincia de Alicante y que hoy por hoy sigue teniendo poca presencia en comparación con el cultivo tradicional, que supera las 7.000 hectáreas en todo el campo ilicitano, un dato que refleja que hasta la fecha tan sólo el 2% de los cultivos se están explotando bajo el modelo ecológico.

El freno natural que bloquea el despegue del sector está motivado por varios factores, entre ellos la inestabilidad de las lluvias en la zona que se traducen en escasez de recursos hídricos, unido al hecho de que el campo ilicitano se compone mayoritariamente de minifundios, por lo que en muchos casos los pequeños productores no alcanzan el baremo necesario para tener garantizadas ciertas ayudas que les faciliten emprender hacia un complejo proceso de conversión del terreno que cumpla los requisitos técnicos para disponer de la certificación ecológica.

Aún así, desde el comité de Agricultura Ecológica de la Comunidad Valenciana (CAECV) valoran positivamente este «crecimiento consolidado, en un sector donde más jóvenes se incorporan y más presencia de mujeres existe», realidad que contrasta con el modelo convencional, «que registra un envejecimiento de los agricultores» apunta José Antonio Rico, presidente de este organismo público de regulación

De manera oficial, en el campo ilicitano están certificadas nueve empresas y 36 productores ecológicos, 20 más que en 2009, donde la presencia de la mujer emprendedora ocupa el 47% del total de productores.

Sobre el terreno, los árboles frutales albergan la mayor superficie cultivada con 62 hectáreas, en especial el granado con 58, al que le siguen pequeñas parcelas con plantaciones de higuera, peral, caqui, palmera datilera o manzano, según datos provisionales del comité de agricultura ecológica de la Comunidad Valenciana.

En aumento van también los cítricos, que han pasado de siete a 45 hectáreas en los últimos ocho años, en especial el naranjo que copa el 67% de esta superficie trabajada. Sin embargo el cultivo ecológico que más retrocede es el del almendro, que ha pasado del segundo puesto predominante en términos de explotación a los últimos, con una bajada del 67% y sólo tres hectáreas en activo. Una circunstancia que se debe a la reconversión del terreno hacia otros cultivos de regadío más rentables. Como ejemplo, José Luis Miralles convirtió en ecológica su finca de 18 hectáreas en la partida de Jubalcoy. El almendro era el cultivo que prevalecía, aunque sostiene que los viejos ejemplares los están sustituyendo «por granado, y además dedicaremos casi una hectárea para higueras aprovechando que tampoco consumen demasiados recursos hídricos», explica el productor.

La horticultura apunta también una caída a las doce hectáreas, cinco menos que en 2014, mientras que el cereal registra un ascenso continuado de los cultivos desde 2013 hasta la actualidad, posicionándose en las 16 hectáreas.

Teniendo en cuenta que el municipio carece de grandes explotaciones agrarias, los canales de distribución suelen ser cortos, aunque se anotan excepciones como en el caso de la Cooperativa Cambayas, que entre los productores asociados recoge anualmente 300.000 kilos de naranja y 500.000 de granada que van dirigidos mayoritariamente al mercado francés y alemán, porque «en el mercado nacional no hay tendencia de producto ecológico en cantidades al por mayor» apuntan desde el departamento comercial de la Cooperativa ilicitana.

La proximidad como futuro

En cambio, los expertos inciden en que el modelo más estable de comercialización es el de proximidad o kilómetro cero, ya que de esta manera los precios son más justos para el productor y consumidor, y además se fomenta el vínculo directo con el agricultor.

Así, para fomentar la sostenibilidad y la soberanía alimentaria han surgido diferentes iniciativas para llevar la huerta a casa. Rubén Martínez abandonó su trabajo de programador informático para trabajar la tierra a tiempo completo junto a dos compañeros. Con perspectivas de futuro y ajenos al mundo de la agricultura, se hicieron con dos hectáreas en Pusol y La Hoya para obtener productos de temporada que venden en forma de cestas directamente al consumidor final con encargos online. «La cruda realidad es que vivir de eso es inviable y nos abriremos a otros canales de ventas con pedidos más al detalle», apunta este emprendedor. Sin embargo, esperan certificar durante este año parte de los terrenos, ya que hasta el momento no han logrado una producción eficiente ni cuentan con el mínimo de espacio trabajado por agricultor para acogerse a las ayudas con fondos europeos, a pesar de que recientemente el Consell ha activado un plan que subvenciona el 70% de los gastos de la cuota del CAECV.

Asimismo, en casos como este tienen respaldo de entidades locales de preservación como la Associació per al Desenvolupament Rural del Camp d'Elx (ADR), que los avala en el momento de conversión del entorno por no usar fitosanitarios químicos, «combatir la desertificación con zonas silvestres o utilizar fertilizantes orgánicos mediante intercambio de compostaje con ganaderos» explica Rubén Martínez.

Los productores lamentan una generalizada falta de información del consumidor, «hay que reeducarlo para que apuesten por el producto de temporada y compren al agricultor más cercano» apunta la representante de la Cooperativa Agroecológica La Camperola. De este modo, para afianzar el vínculo entre productor y consumidor, la ciudad cuenta desde el pasado año con dos mercados ecológicos en Plaza de Castilla y El Raval, un paso adelante para romper además con la idea que ha calado de precios desorbitados, «porque comprando directamente al productor recibes un precio justo, que suele ser algo más elevado que el modelo tradicional porque la semilla y las plantas valen más y los procesos son más lentos» señala Esperanza Vicente, que emprendió en 2015 con un modelo de huerta ecológica para poner en valor la finca familiar.