Los ilicitanos han contemplado durante estos últimos años la decadencia de los espacios cinematográficos, con cierre de salas que cayeron como fichas de dominó como el cine Capitolio o Alcázar. Paralelamente a la época dorada en la ciudad, el Camp d'Elx también saboreó el séptimo arte entre paredes modestas, que no tenían otro fin que despertar la cultura de familias al completo,hasta que el auge de las comunicaciones y nuevos entretenimientos minaron esta actividad.

El Instituto Nacional de Cinematografía recoge que en 1965 existían en el campo ilicitano catorce salas de cine de invierno y cuatro de verano repartidas por la treintena de pedanías con mayor densidad de población. A fecha de 2017, ninguno de estos espacios se utiliza con la finalidad con la que fueron concebidos. El 33% de las salas han sido demolidas en partidas como La Hoya, las Bayas o La Marina para dar paso a la construcción de bloques de viviendas o sucursales bancarias.

José Tarí pasó cincuenta años de su vida detrás de la sala de proyecciones del cine Pomares, edificio que construyó su abuelo en 1944 para activar la economía en La Hoya. El cierre en 1988 vino motivado por «el auge del reproductor de vídeo y las discotecas que surgieron en las playas», apunta Tarí.

Considerado uno de los cines de mayor envergadura del municipio, con aforo para más de 700 personas con anfiteatro, el cine Pomares cerró y durante veinte años se mantuvo a la espera de su destino. Incluso «mantuvimos contactos con el Ayuntamiento para ceder el edificio y que se utilizara como centro social pero se echaron para atrás», explica Rafael Tarí, otro de los descendientes del fundador. En 2007 el edificio sería demolido para edificar bloques de pisos.

El panorama actual de estas instalaciones refleja que el 42% de las salas de cine han terminado transformadas y apenas se vislumbra la identidad originaria. Así, han acabado como viviendas particulares el cine Barceló de Jubalcoy o Actualidades de Valverde, que durante años fue la sede de la asociación de vecinos, tras el cierre, y que finalmente se utiliza como almacén y parte de vivienda.

Otras salas fueron explotadas por grandes superficies como el caso del cine del Altet, que hoy funciona como supermercado, el cine Monumental de Las Bayas como restaurante o el cine Rex de Torrellano como lavacoches y bazar chino. El 25% restante de estas construcciones siguen en pie pero están en estado de abandono como el cine Rialto de Perleta, sala que primero paralizó las proproyecciones en 1967 para terminar como fábrica de trenzado de calzado y que hoy, décadas cerrado y en avanzado estado de deterioro, el edificio será demolido según contempla el actual plan urbanístico para asfaltar el terreno.

Ritual cultural de baile y cine

José Francisco Cámara, autor de la obra «El cinema a Elx, apunts per a la seua historia», señala que estos cines tenían una arquitectura muy básica y que eran construcciones prácticamente agrícolas. «Al contrario que en la ciudad no se le daba protagonismo a la fachada para atraer al espectador porque en sí los cines eran un movimiento popular, que surgió de mentes emprendedoras y que mantenía entretenido el espíritu, porque además se hacían bailes y fiestas», explica el autor ilicitano.

El ritual se iniciaba el domingo a media tarde a las puertas del cine. Los jóvenes hacían demostraciones con la moto y ellas dejaban «las alpargatas en los pedragales para ponernos los tacones» recuerda Antonia Coves, vecina de Algoda que conoció a su marido allí. «Antes de la proyección se hacia baile y también enversadas donde unos le cantaban a otros, además de celebrar incluso imposiciones de bandas de reinas y damas», recuerda A.Vicente Martínez de Algorós, que solía asistir al cine Pomares. También se tiraba de la piñata o «se representaban obras de teatro como La Mal querida y Seis Pesetas», rememora Diego Valentín después de veinte años al frente del cine de La Marina. Cuando sonaba el timbre que avisaba que era el turno del cine se apagaban las luces, el acomodador dirigía al público a las localidades que eran de madera plegables en los cines más modestos y las familias compraban bocadillos y «cartuchos de olivas» para disfrutar de unas sesiones cinematográficas en familia, de las que sólo queda el recuerdo, porque estos edificios dejaron de ser centro de reuniones y el origen fílmico ha pasado a la historia.