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Teresa Punta: «La escuela siempre fue un templo del saber, pero hacen falta aprendizajes de tipo sensible»

La autora argentina de «Señales de vida. Una bitácora de escuela» reflexiona sobre los niños y las familias

Teresa Punta: «La escuela siempre fue un templo del saber, pero hacen falta aprendizajes de tipo sensible»

Usted se pregunta en sus reflexiones si estamos enseñando a los niños como necesitan ¿Lo hacemos así?

No es tanto lo que se enseña en terminos de contenido curricular sino cómo lo hacemos, de qué forma nos vinculamos con ellos.

¿Qué deberíamos corregir?

Seguimos haciendo de una forma reiterada lo acostumbrado y viendo que no resulta, o que los resultados son cada vez más pobres. Seguimos haciéndolo igual. No digo que lo hagamos mal, sino que lo hacemos de un solo modo y se podrían probar distintas alternativas, introducir variaciones, porque si no, nos quedamos en el pensamiento binario que propone la escuela tradicional, lo de «chico sabe, o no», cuando es mejor aquello de que «va pudiendo saber».

¿Apunta con esto a las habilidades sociales?

Más por el lado afectivo que el intelectual, sí. La escuela siempre fue un templo del saber pero hacen falta aprendizajes de tipo sensible, quién es el otro con quien trato de comunicarme, al que transmito mi saber, qué le sería útil, qué suma a ese encuentro. Falta dar esa vuelta.

¿Cómo hacerlo desde que son pequeñitos?

Tenemos conversaciones con niños de tres a seis años que parecería que fueran entre adultos, es un aprendizaje. Si tomas en serio a los niños van aportando lo suyo.

¿Qué pueden aportarnos?

El pensamiento filosófico dice que hay dos energías que mueven el mundo, el amor y el miedo. Todo lo que hacemos en la vida podríamos catalogarlo en uno u otro orden y se lo decimos así desde que entran en la escuela para que lo piensen juntos. En la escuela tradicional se enseña un currículo cerrado porque tememos que no sean los ciudadanos que queremos, pero si lo flexibilizamos con lo que suman al dar entrada al otro, se les permite ver otras cosas. Lo trabajamos así por ejemplo cuando se pelean con un compañero. El reto no es el comportamiento, sino la forma de incorporar lo que el otro está pensando. Desde los 4 a los 6 años hay que acompañarles y llegan a ser grandes pensadores. Cuando hablas con los pequeños de cosas más profundas poniéndolas en un modo accesible para ellos, siempre te sorprenden.

Parece muy ambicioso lograr un cambio así.

No es tanto cambiar el mundo, sino cambiar el mundo de nuestra cotidianidad más cercana. Uno se arma y se hace más grande proponiendo ejercicios lúdicos y apropiándose cada uno de lo que pueda aportarle el otro. Queda lejos de la disertación académica y del orden del miedo. Los adultos tenemos que entrar en el registro de esas miradas, tienen capacidad y profundidad.

¿Niños como adultos?

Es más el trato de los adultos como niños, que como adultos a los niños. Es el movimiento al revés. Igual que para el filósofo la simpleza es el punto de llegada, no de partida, también la infancia puede ser el punto de llegada a donde vamos.

¿Cómo llevar esa práctica para combatir, por ejemplo, la violencia de género desde pequeños?

Desde la cotidianeidad, con pequeños gestos, porque tanto en la escuela como en casa perpetuamos las diferencias de género. Que estando en la fila pasen primero las niñas no es un gesto de caballerosidad sino de diferenciación de género. Les decimos también que hablen con sus papás sobre la homosexualidad.

¿Qué opina de las denuncias de actrices que fueron violadas?

No emito un juicio sobre el momento de decir las cosas. José San Martín se casó con un chica de 13 años y ahora pensaría que es un pedófilo, pero entonces era natural. Hoy la violencia es casi como un vómito de frustración.

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