La tendencia señala que no son pocos quienes prefieren vivir en el campo.Según los últimos datos del padrón de habitantes, cerca de un 20% de la población ilicitana reside en las pedanías. El conocido como distrito 7 es el que mayor número de habitantes agrupa de todo el municipio. De hecho, en los últimos 16 años la población en estas áreas se ha incrementado en más de un 50%.

Sin embargo, el fenómeno de la descentralización en el municipio es anterior a la llegada del nuevo siglo. Fue en 1991 cuando por primera vez en la historia de Elche la población del campo creció más que la de la ciudad, según explica el profesor José Antonio Larrosa, especialista en geografía humana. «La desconcentración se produce en los años 90, también a nivel europeo, después de una etapa en la que se había dado el fenómeno contrario para el desarrollo de las ciudades», contextualiza.

Sin embargo, el caso de Elche presenta una particularidad: la salida de los núcleos urbanos al campo se produce dentro del propio término municipal. La variedad de tipologías existentes y la amplia oferta residencial, condicionada en parte por el Plan General de Elche del 1998, normativa urbanística todavía en vigor, se traduce en que aquellos que deciden trasladarse del bullicio de las zonas urbanas lo hacen sin salir de Elche. La enorme variedad de oferta residencial y de particularidades geográficas conducen a que «la dispersión territorial se dé principalmente dentro, lo que quiere decir que las salidas se acogen en la propia Elche», explica el experto, «y es algo que no sucede en otras ciudades», añade.

Vivir en el campo

De hecho, el concepto de ciudad es una cuestión trascendente por las particularidades del municipio. «Incluso para la gente que vive en el campo, la ciudad 'real' no cambia», explica Larrosa, «los ilicitanos que residen en las pedanías siguen manteniendo vínculos con la urbe porque llevan a sus hijos a la escuela, hacen ocio allí, van al médico...». Samuel Bernal, de 27 años y que reside en el campo desde que nació, lo corrobora: «Sí nos tenían que llevar todas las mañanas al colegio, pero no lo percibíamos como un sacrificio porque estaba cerca; yo me siento de la ciudad». En sus planes no entra cambiar su entorno: «A día de hoy solo me mudaría a un lugar céntrico si quisiera independizarme y no tuviera presupuesto suficiente como para seguir en el campo».

Precisamente el de los ciclos vitales es otro aspecto a tener muy en cuenta en los movimientos sociodemográficos, según defiende Larrosa, quien explica que a menudo el perfil de los que se trasladan a zonas más rurales es el de las parejas jóvenes que planean tener hijos o los tienen de edades tempranas. Fue el caso de Juan Dengra, que se mudó con su mujer a la pedanía de Valverde hace ya una década, cuando sus hijos tenían dos y tres años: «Solíamos veranear a las afueras y decidimos quedarnos porque apreciábamos la intimidad de este lugar», explica. Este es uno de los factores que influyen, según los expertos, en mayor medida:«Las personas que se mudan a las áreas del distrito 7 generalmente lo hacen por condiciones residenciales que no encuentran en la ciudad y que en los últimos años son muy valoradas, como la tranquilidad o el contacto con la naturaleza», detalla Larrosa.

Sin embargo, vivir en el campo también presenta desventajas, entre las que destaca la necesidad de vehículo particular para todo, debido a las malas conexiones existentes en gran parte de la periferia. En este sentido, expertos y habitantes coinciden en señalar que uno de los mayores conflictos que se producen en las zonas rurales puede darse al alcanzar una avanzada edad o una situación de dependencia en la que se requiera atención sanitaria constante.