Hoy martes enterramos a las once de la mañana, en la basílica de Santa María de Elche, a una persona muy querida para todos los que tuvimos la suerte de formar parte de su vida: Joaquín Sánchez Cerdá. Joaquín es una de esas personas corrientes y molientes que lo hizo todo bien mientras vivió: fue un buen hijo de Juan y Josefina; un buen hermano de María, Pepe y Juani; un buen esposo de Magdalena Carbonell; un buen padre para Joaquín, Juan, Javier y Jorge y, a pesar de una enfermedad cruel, fue también capaz de disfrutar hasta el último aliento de sus nietos Joaquín, Carlos y Fernando.

Joaquín, nacido en 1957, pasó por las Jesuitinas y los Salesianos y a los 15 años se puso a trabajar en la Caja de Ahorros de Nuestra Señora de los Dolores. Un niño rubio con cara de ángel que, entre otras funciones, llevaba por la calle, de banco en banco, maletines con algunos millones de las pesetas de principios de la década de los setenta del siglo pasado.

Trabajó 45 años en el mismo oficio, vivió todas las fusiones y explosiones de nuestras entidades de ahorros y, como apoderado de la CAM, como muchos de sus compañeros y compañeras, consiguió la confianza de tantos y tantos clientes que, más que ir a la oficina situada en la Glorieta, a lo que iban es a ser atendidos por Joaquín, como persona de total credibilidad.

Heredó de su padre la pasión por el Elche Club de Fútbol y el último esfuerzo que hizo fue ir a ver perder a su Elche frente al Alcoyano hace un par de semanas. Como lector diario de INFORMACIÓN, estaba al tanto de todas las barrabasadas realizadas contra su equipo. Te podía contar la última barbaridad con todo lujo de detalles, pero su última frase siempre era la misma: «¡mucho Elche!».

Por eso, los que tuvimos la suerte de disfrutar de su trato amable y de su exquisita educación, decimos hoy, con todo el afecto: «¡mucho Joaquín!». Te echaremos de menos.