La majestuosidad del califato de la estirpe Abbasíe, apenas un siglo después de la invasión musulmana de la península ibérica, tomó ayer de nuevo las calles de Elche en un espectacular boato desarrollado por la capitanía mora, que toma su nombre de aquél pueblo y que sedujo ayer a los centenares de ilicitanos que presenciaron la entrada mora. Un boato que escenificó el viaje que emprendió el caudillo de los Abbasíes el 5 de junio del año 808 hasta Córdoba, para visitar a sus familiares tras contraer matrimonio con la favorita de su harem, acompañados por su séquito nupcial.

Un relato que sirvió de hilo conductor para mostrar la grandeza de los años de mayor esplendor del imperio musulmán y en el que participaron cientos de personas. Pero el caudillo de los Abbasíes no llegó solo, y a su carroza precedieron decenas de espectáculos que abrió el comparsista de honor en 2006, quien portó el estandarte de la comparsa. La música estuvo muy presente desde el inicio, cuando un grupo de esclavos interpretó una pieza inédita, «Sankuz ask», o lo que es lo mismo: amor sin fin.

La presencia de animales, con varios dromedarios, caballos y un burro también llamó la atención de los espectadores que se concentraron en las calles del centro para presenciar el desfile. Los pavos reales también estuvo presente, aunque esta vez formando los grandiosos plumeros que se pudieron ver en el boato.

Medio centenar de integrantes de la coral Amics Cantor dieron vida a este número. Tribus omeyas, grupos de animales entre los que destacaron las cabras autóctonas de África cuya leche servía para rejuvenecer el cutis de la favorita, o las filas guerras, fueron otros de los guiños históricos que trasladaron a los ilicitanos hasta principios del siglo IX, en pleno califato musulmán. Las tradicionales banderas de la media luna, signo por antonomasia del bando moro, se tiñeron de blanco para anunciar que la caravana del caudillo estaba de nupcias.

El fuego también estuvo presente en un espectacular número que sirvió para representar la ferocidad de las tropas Abbasíes. que arrasaban a sangre y llamas por allá por donde pasaban. Junto con el fuego, el aroma a incienso, tan característico de la cultura musulmán, también contribuyó a crear la atmósfera necesaria.

El harén también tuvo un gran protagonismo con paraguas árabes hechos a mano para protegerlo, plumeros verdes para refrescar el harén del capitán y el ballet traído desde Ontinyent y que simbolizó las mariposas de su jardín.

Pero el momento que todos esperaban llegó al final, cuando la fila que servía de escolta al capitán hizo acto de presencia. Tras ella, una banda formada por 80 músicos sirvió para engrandecer la carroza del capitán, que entró en escena justo detrás de ellos. El conjunto musical estrenó una marcha dedicada al capitán, Vicente Ruiz al llegar a la Plaça de Baix, en claro homenaje al representante del bando de la media luna en la ciudad.

Durante el boato, también hubo espacio para los homenajes, ya que por deseo expreso del capitán, un dromedario rodeado por cuatro faroles funerarios, portó los ropajes de Fernando Giner, festero fallecido hace unos meses. Giner es presidente de honor de los Abbasíes y socio de honor de la asociación a título póstumo. Un gesto que Ruiz quiso tener en esta entrada mora, en su recuerdo.

El boato también contó con filas invitadas, como la de Saladinas, una agrupación femenina que pertenece a la comparsa de Caballeros Templarios. Por su parte, los niños tuvieron su particular carroza con el fin de que los más pequeños también tuviera su representación en el desfile de Moros y Cristianos de la localidad. Un boato que no dejó indiferente a nadie y que arrancó los espectáculos del público en esta representación.