¿De dónde nace la necesidad de recuperar ahora, en pleno siglo XXI, la figura del intelectual francés Emmanuel Mounier?

En realidad, este libro nació porque me pidieron un libro sobre la teoría política de Mounier para una colección de la Universidad de Alicante, y me pareció que era una oportunidad para hablar del presente en clave de historia. El planteamiento de Mounier es el de un hombre cristiano, con una formación impresionante, y en contacto con todos los movimientos de actualidad en aquella época, que lo que hace es querer dar una respuesta a la crisis del 1929. Él plantea que aquella crisis no es económica, sino una crisis de valores. Una persona que me revisó el texto me dijo que me había equivocado en las fechas, porque hablaba de las cajas y los bancos, y eso ocurrió entre 2012 y 2013, y no en los años treinta. Le respondí que es lo mismo. Varían las cifras económicas, pero seguramente la poca vergüenza que había entonces y hay ahora es la misma.

¿Y qué puede aportar en un momento como este Mounier?

Mounier es un pensador que tuvo después mucha influencia en España y está bien reconocerlo, y más en unos momentos en los que hay un pensamiento muy débil. Prácticamente, lo que hay ahora es eslogan y poco más. Lo que Macron dice de «rehacer el renacimiento» es de Mounier. De lo que se trata no es de volver al Renacimiento clásico, sino de profundizar y plantear los problemas en toda su hondura. Mounier tiene un compromiso personal con aquello que está planteando. Él no escribe utopía política, denuncia lo que hay, y, desde la denuncia, se puede ver la sociedad que quiere. La miseria y la desigualdad son los elementos más evidentes de la sociedad, lo está denunciando e implícitamente está proponiendo una nueva sociedad.

Uno de los capítulos es en clave local. ¿Qué traslación puede tener el pensamiento de Mounier en una ciudad como Elche?

Mounier habla de que la revolución se debe llevar a cabo desde pequeñas comunidades. Generalmente, la postura que tenemos es la de decir que no podemos hacer nada, y él dice que hay que centrarse en las pequeñas comunidades, y, desde las pequeñas comunidades, todo se va irradiando. La ciudad está llamada a tener un papel político cada vez más preponderante. Si queremos regenerar la vida política, debemos volver a lo esencial, que es la polis. Gran parte del desprestigio de la política es debido al alejamiento del político de la ciudadanía, y donde se ve más directamente eso es en la ciudad. La relación del municipio es la de vecindad, y el vecino significa cercano, vicinus en latín. Por tanto, es una relación de cercanía, y, desde ese punto de vista, el planteamiento personalista de Mounier podría tener mucha actualidad como base del planteamiento de gobernabilidad de las ciudades.

Usted ocupó la Alcaldía entre 1987 y 1995. ¿Se trasladó eso de algún modo a su gestión?

En el primer libro que escribí, Pensar la ciutat, que era un diario de la Alcaldía, ya se recoge hasta qué punto algunas cosas fueron inspiradas por Mounier. La idea central de Mounier es la persona en su dimensión individual y social, y el espacio de la ciudad como el espacio propio de la persona, es decir, la ciudad tiene que tener la dimensión de la persona. Desde ese punto de vista, yo siempre me opuse a los macroproyectos. Por ejemplo, cuando se compró el Gran Teatro, teníamos un dinero de la Generalitat para hacer un gran auditorio no se sabe dónde. Aquí el Gran Teatro estaba en manos privadas, se podía derruir, se iba a vender, y estaba cerrado. ¿Por qué no comprarlo? Creo que fue un acierto. Lo que a mí me interesaba no era el macroproyecto, sino que el ciudadano pudiese reconocerse en su espacio y que aquello sirviese para él. Pongo el caso del Gran Teatro, como el de los polideportivos en los barrios. Nos parecía importante crear espacios como lugar de encuentro de la gente. Además, hubo gente que me ayudó muchísimo, como, por ejemplo, Gaspar Jaén.

Su oposición al nuevo Mercado Central es pública. ¿Entraría en ese concepto de macroproyecto?

Yo llevé a cabo un plan de mercados municipales, en el barrio de Carrús, en el de San José... En el Mercado Central se empezó con una cierta reforma. Desde luego, yo no estoy nada de acuerdo con los tinglados que hay actualmente, porque, entre otras cosas, entiendo que el Mercado tiene que ser un espacio público. El Mercado es un elemento esencial de la ciudad. Un mercado municipal que es privado es una contradicción, y, por tanto, de ahí sólo puede salir un bodrio.

¿Qué ha pasado para que el político de hoy se preocupe más de la imagen que del ciudadano?

En líneas generales, en una gran parte de la clase política hay una falta de formación increíble. Yo quisiera saber qué libros leen. Luego, falta visión global de las cosas y capacidad de síntesis. Se va muy a salto de mata, pero no hay modelo de ciudad, porque un modelo de ciudad necesita una actitud de alejamiento, poder pensar lo que quieres construir y sintetizar muchas cosas. Luego, en la política hay mucha gente que parece que vaya bajo palio todo el día. Cuando yo estaba, iba al Mercado y a los mercadillos, como ahora, y compraba tomates, y me iba a tomar café. La mayor fuente de información era ir a esos sitios, y también recibir a los niños de los colegios. Yo les preguntaba a los chavales por las deficiencias en sus barrios, y la secretaria tomaba nota, porque los niños son una esponja. Ahora la política se ha convertido en un modus vivendi, es un oficio. La política es una vocación, no una profesión.

¿Qué modelo de ciudad necesita Elche en estos momentos?

El modelo de ciudad debe ir muy pegado a las necesidades de la ciudad y a la propia vocación del ciudadano. Eso no quiere decir que si el ciudadano no va al teatro no hagas teatros, y tampoco quiero decir que no se tengan ambiciones. Por supuesto, pero las ambiciones no tienen que superar la capacidad. Hoy en día se pueden hacer cosas que permiten prever el futuro, pero, al mismo tiempo, que den una respuesta inmediata a lo que necesitas, sin hacer cosas que no son necesarias. Además, un elemento fundamental es plantear elementos identitarios. La identidad en una ciudad significa que uno se apropia de la ciudad. Por ejemplo, es importante el patrimonio cultural urbano. Una parte fundamental del patrimonio nuestro es algo que no es urbano, que son las palmeras. Es lo que da la propia esencia de la ciudad. Aquí se han hecho muchas barbaridades a lo largo del tiempo, y es fundamental mantener los huertos de palmeras como huertos. No es un bosque, son plantaciones, y no hay que perder la esencia.

Lo que plantea la nueva Ley del Palmeral es que viviendas en los huertos se puedan reconvertir en hoteles o construir espacios culturales. ¿Sería compatible?

No he leído la ley, pero el Palmeral es una realidad sumamente débil como para empezar a jugar con él. En otras épocas también se plantearon dotaciones públicas, como colegios, y eso no ha favorecido nada al Palmeral, por mucho que se diga. Habría que ser mucho más valientes y plantear fórmulas no sólo de mantener el Palmeral que tenemos, sino de ampliarlo. Las palmeras están porque se han plantado. Se dice que Elche es una ciudad rodeada de palmeras, y hoy en día son palmeras rodeadas de casas. Por eso, yo llevaría mucho cuidado con elementos ajenos al Palmeral, porque normalmente suelen suponer quitar palmeras. Yo creo que el problema de esta ciudad es que ha tenido una literatura muy pro palmeras, y una actitud muy antipalmeras.

¿Dejaría también fuera los museos o centros de interpretación?

El mejor centro de interpretación es la propia existencia del Palmeral y que la gente vaya a verlo. Una vez un concejal, cuando estábamos haciendo el proyecto de la plaza de Santa María, me propuso hacer aquí algo como el Portugal dos Pequenitos de Coimbra. Quería que se hiciera una Calahorra, un Alcàsser de la Senyoria y una Santa María en pequeño... Le dije que era absurdo, porque todo estaba al lado. A mí me gustaba mucho más San Plácido cuando era un huerto, y había unos agricultores que lo cultivaban, se dedicaban a la palma blanca, se recogían dátiles y había gallinas. Para mí, eso era un centro de interpretación más importante que lo que hay ahora. Muchas veces abusamos de la simulación. Alguien me comentaba el otro día que por qué no mantener en Santa María el andamiaje de La Festa todo el año para que sea un centro de interpretación. No, el Misteri es la fiesta del pueblo y tiene sentido hacerlo en los días de la fiesta, y quien quiera verlo que venga.

¿Qué papel juega la Dama y su reivindicación constante desde el punto de vista de la identidad?

Yo entiendo que es muy lógica la reivindicación de la Dama porque es un elemento identitario, pero muchas veces ocurre lo que pasaba antes. Cuando la gente se veía apurada porque no llovía, se sacaba a la Virgen para hacer rogativas, y a veces parece que en la política, cuando no hay nada, se reivindica la Dama. ¿A mí me gustaría que estuviese aquí? Por supuesto, pero hay una cuestión fundamental. Antes de estar en la Alcaldía, fui diputado en Madrid, y ya surgió un tema del que hoy se habla mucho: la subsede del Museo Arqueológico. Se empezó a negociar, además, poniéndose de acuerdo con los técnicos del Museo Arqueológico Nacional. Hubiese sido muy importante haber tenido un museo arqueológico. Lo lógico es que si hay un gran museo arqueológico y es un poco la sala ibérica nacional, por llamarlo de alguna manera, la Dama venga. Entre otras cosas, porque así solventas un problema, que es el de la propiedad. La Dama es propiedad del Estado, porque fue el Estado quien la compró con bienes del Museo del Prado cuando se trajo del Louvre. De todos modos, vamos a suponer que tienes una sala de arte ibérico y no consigues la Dama... Pues tienes una gran sala de arte ibérico. Sin embargo, descontextualizar el tema de la Dama da la impresión que a veces es carencia de proyectos políticos.

En su etapa como alcalde vivió reivindicaciones similares a las que se plantean ahora en El Altet. ¿Le preocupa?

Sí, el tema de la secesión. Hubo algunas cuestiones de ese tipo, pero duró poco y me daba la impresión de que hubo un planteamiento más partidista por agitar el tema que una demanda real. Dicho esto, lo que no tiene sentido es que una estructura de un municipio como Elche, que es muy antiguo, con una vertebración muy clara, se empiece a trocear en el momento en que estamos hablando de que lo que tiene que haber es una coordinación de municipios o entidades locales. Otra cosa es que El Altet o La Marina o cualquier pedanía deban tener los mejores servicios y que se sientan representados. En fin, no le veo sentido, como tampoco veo sentido a ciertas secesiones municipales que se hicieron en su día en la provincia. Las mancomunidades, de hecho, serían la fórmula de ir rentabilizando servicios, y que los pueblos tengan vida propia.

¿Qué diagnóstico haría de Elche en estos momentos?

Elche tiene muchas ventajas, por supuesto, por las dimensiones, y es una ciudad bastante humana, con muchas zonas verdes. Es una ciudad que, por las características de la gente, porque una ciudad la hacen los ciudadanos, es bastante amable. Luego, en los últimos años hay bastantes cosas que han ayudado a que sea más habitable, como la cantidad de lugares y restaurantes que se han creado, incluso de bajo precio, pero en los que no se come mal. La ciudad se vive bastante, y conserva una serie de elementos tradicionales.

¿Y qué nos falta?

Falta una visión de altura, un proyecto de ciudad mucho más armado, pero, al mismo tiempo, que tampoco esté sobredimensionado, que sea alcanzable y posible. Luego, por ejemplo, me gustaría que la Universidad tuviera más vinculación con la ciudad. Elche tiene posibilidades de tener una visión mucho más amplia de lo que a veces pensamos. La ciudad no se define nunca por el localismo. Una ciudad es más ciudad cuando es más cosmopolita. En ese sentido, tenemos que pensar que en Elche tenemos elementos para ensanchar el horizonte, tener una presencia más allá de las fronteras y jugar un papel mucho más activo en la vida social, política y económica. Hace poco, hubo un debate en el que se hablaba de si Elche tenía representación política fuera, y dije una cosa que a la gente no le cayó bien: muchas veces se piensa que el político de Elche tiene poca representación política porque no va pidiendo por ahí. No, el problema es que tenemos que involucrarnos. Uno tiene presencia política fuera cuando se involucra en proyectos políticos que son del interés general, de la nación, de Europa o de lo que sea. No tiene presencia un diputado que sea de Elche y esté en el Congreso callado a ver qué le cae. A Elche, desde ese punto de vista, le falta ambición. Fíjate el papel que podríamos jugar alrededor del tema del Misteri. Todo el Patrimonio Inmaterial de la Humanidad tuvo su raíz en el Misteri. Podría haber una relación con todas las ciudades del mundo que son Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

¿Volvería a la primera línea?

No, no, ni está en mi mente y menos en la de otra mucha gente.