Cerca del puente de la Generalitat de Elche viven, como pueden, un grupo de personas, en su mayoría de nacionalidad rumana, que carecen de luz y agua, pero, sobre todo, con un peligro acechante sobre sus cabezas. Desconocen que buena parte de sus improvisados tejados, con el fin de evitar goteras en los días de lluvia, son de uralita (como se conoció popularmente la marca comercial), un material que, en última instancia, puede provocar cáncer. Los han traído y los han colocado tras encontrarlos en vertederos o en naves abandonadas.

Estos techados bajo los que se guarecen, en algunos casos lo que son chabolas, en otros infraviviendas de obra, contienen amianto. Estas placas de fibrocemento son impermeables, eran baratas, se utilizaron en numerosísimas construcciones públicas y privadas y deben ser destruidas por personal especializado y con unas medidas de seguridad muy rigurosas, ya que si se inhalan las fibras que se desprenden cuando se descompone este material puede afectar seriamente al sistema respiratorio.

Sin embargo, el desconocimiento y la necesidad de procurarse un techo bajo el que dormir lleva a muchas personas sin recursos a hacer acopio de este tipo de elementos. Este es el caso de este asentamiento, que desconoce por completo que viven bajo el peligro.

Cinciu Nicolae lleva doce años en España, cinco de ellos en Elche. Tiene un par de neveras en el exterior que no funcionan y en las que guarda herramientas, una cocina con su bombona de butano a la puerta de su casa (que más bien parece una caseta de aperos) una bicicleta, varias plantas y diversos cacharros. A sus 57 años recibe, afirma, una pequeña pensión y vive de eso y de lo que saca de la chatarra. No sabe que su techo, que ha montado como ha podido con otros plásticos y maderas y bajo el cual apenas le cabe una cama, puede provocarle cáncer si se desintegrara.

Cinco o diez euros al día

Asegura que nadie le molesta aquí, que vive tranquilo y que con los cinco o diez euros que se saca al día no necesita más. El agua la obtiene de una fuente pública cercana y que la luz por la noche se la proporcionan las velas. Velas y linternas es lo que usan también en una vieja casa de campo de obra al otro lado del muro. Son los vecinos. A la entrada hay un pequeño basurero y, unos metros más adentro, una mujer se está lavando el pelo gracias a un improvisado grifo conectado a una especie de garrafa. A la izquierda, apoyado en el muro que separa la «casa» de Nicolae de la de Marion, otro de los vecinos, otra gran placa de amianto da a entender que hay muchas más de las que a simple vista se aprecia.

De hecho, el hogar de Marion es un conglomerado de puertas y ventanas, cartones, maderas y placas de uralita, de techo bajo y de pocos metros. Donde duerme da a la entrada de la vieja casa de campo en la que no se adivina cuántos viven.

Bajo una zona de sombra (también de fibrocemento) unos hombres charlan y fuman. Salvo la mujer que se lava el pelo y otro hombre que afirma estar de visita, el resto, entre ellos un joven que afirma que sí trabaja, son de fuera. Chapurrean bastante el castellano y coinciden en señalar que no tienen ni idea de que sus tejados puedan afectarles gravemente a su salud. Es más, dan a entender que no van a hacer nada. Es eso o que les entre agua.

Al igual que Nicolae, Marion también trabajaba en Rumanía en la construcción. Hace unos ocho años que está en España y asegura que tiene casa en Rumanía, adonde afirma que se volvería.

Otro compatriota, en este caso tocado por un sombrero, que afirma que en la vieja casa de campo viven algo más de una decena de personas, señala que él en cambio no regresaría a su país. Allí dejó un divorcio y aquí, pese a cierta falta de higiene y acumulación de basura, se encuentra cómodo. Afirma que si por culpa del amianto muere, le llevarán al tanatorio, dando a entender así que para ellos no hay problema y que quieren seguir estando como están.

Tanto la mujer como el hombre del sombrero, como Nicolae y Marion, apuntan que ni Policía ni gamberros les molestan. Están prácticamente en un huerto de palmeras, al finalizar el casco urbano, y el hecho de que buena parte de sus hogares tengan amianto, prohibido en España en 2001, no les va a quitar ni un minuto de sueño, aseguran.

El desmantelamiento y manejo de elementos con fibrocemento que contienen asbestos (amianto) es tan peligroso que debe estar estrictamente controlada por personal cualificado y dotado de trajes aislantes. Las microfibras de asbesto inhaladas elevan enormemente el riesgo de un tipo muy concreto de cáncer de pleura llamado mesotelioma, entre otras enfermedades. Aquí, no obstante, las placas se manejan como si nada, según la necesidad. Pero lo que es peor, aunque se les informa del peligro para su salud no parece que vayan a mover un dedo.