Javier Álvarez se declara personista. Un concepto que eleva por encima de la violencia machista e, incluso, de la feminista, dice. Le gusta verse como alguien flexible. «Cuanto más me abro, más me cabe», se ríe con cierta ironía descarada. De lo que más se declara en contra es de la dinerocracia y eso le ha llevado a apostar por formatos como el de su último álbum, que no puede escucharse en ninguna plataforma digital y que la única manera de adquirirlo es comprándoselo a él tras uno de sus conciertos. A veces hasta regala un abrazo. Actuaciones como la que ofrece el viernes, a las 21 horas, en l'Escorxador.

¿Y qué hay detrás de este nuevo álbum?

Lo he titulado «Já» e incluye una cuidada selección de temas. Uno que hice para una banda sonora de una peli, otro para un corto, otro para un programa de televisión... Hay uno nuevo que se titula «Vacaciones en el mar». El nombre lo dice todo. Nunca sé definir mis canciones. Yo digo que son de temática libre, como cuando nos pedían que hiciéramos redacciones en el colegio. También he sacado un single, «À quoi sert ton amour», que es un homenaje a Carlos Berlanga.

A lo largo de estos 20 años lo hemos visto aparecer y desaparecer de la escena musical. Al menos de la más mediática.

Han pasado muchísimas cosas. Me gusta abrirme a nuevas formas de concebir la música. Sin prejuicios. De hecho, mis propios prejuicios me los curro para tratar de erradicarlos. Pero tampoco es que me haya vuelto más elitista. Escucho de todo. Artistas maravillosos y quizá menos conocidos como Ezra Furman u otros más comerciales como Abba o Michael Jackson, que siguen siendo mis favoritos.

Y sus discurso, ¿ha cambiado con el tiempo?

Sigue siendo el mismo. Igual que en «Sunset Boulevard», «Lover, lover, lover», «La Edad del Porvenir» o «Caro Diario». Continúo igual de friki, de cantautor protesta, de niño bueno, de niño malo... Hay cierta leyenda urbana sobre que el tema «Padre» me lo censuraron por su contenido. Realmente fue un problema económico vinculado a su promoción. Por eso no soporto la dinerocracia.

¿La ve muy presente en la nueva industria musical?

La industria, actualmente, la veo con mucho respeto, ilusión y serenidad. Pienso que tiene que trabajar mucho para estar a la altura de esta época cibernética que tiende hacia la gratuidad. Y que es imparable. Pero hay que actuar desde la humildad. Si yo fuera dictador, la primera medida que impondría es la humildad por decreto. El mal poder carece de esto. La crisis nos ha obligado a aprender en este sentido.

¿Las noticias dramáticas, a nivel internacional, también le inspiran letras?

Las malas noticias me parecen un coñazo porque creo que los medios las aprovechan con oportunismo. Entiendo que hay otras muchas buenas noticias, más de la mitad, pero, como no venden tanto, pues no se dan. A mí, por ejemplo, me interesa y me preocupa mucho más el amorismo que el terrorismo.

Así también se vive con menos miedo...

Yo creo que hay que hacerse amigo y cómplice del miedo. Es una sensación fundamental. Pero sin que te domine, sin que te achante.