Marina García, hasta hace apenas tres años, tenía un perfil bastante clásico dentro del mundo de la música. Combinaba su trabajo de profesora en el instituto Sixto Marco de Elche con el de componente de un grupo de música medieval, en el que tocaba instrumentos de cuerda.

Pero un buen día todo eso cambió o, desde un punto de vista algo más científico, se transformó. Y es que la ciencia tiene mucho que ver con el giro experimentado por Marina García como creadora. Un espectáculo de vídeo mapping (disciplina en la que se juega con proyecciones sobre diferentes espacios arquitectónicos para decorarlos o transformarlos) reavivó su interés sobre las conexiones entre las nuevas tecnologías y el arte. Una espinita que tenía clavada ya que, en su época estudiantil, tuvo que elegir entre centrarse en su carrera de música en el Conservatorio y una Ingeniería de Telecomunicaciones en la Politécnica de Valencia, que dejó a medio terminar.

Pero nunca es tarde, pensó, y ese momento catártico la introdujo en una nueva etapa de estudio e investigación. Descubrió, por ejemplo, que algunos videoartistas estaban empezando a proyectar, a tiempo real, sobre cuerpos de personas en movimiento, con el fin de generar nuevos discursos escénicos.

Alucinó e inició su inmersión en el mundo de la Sonología, que aunque suena a vanguardia y a siglo XXI, da nombre a unos estudios que se vienen realizando desde finales de la década de los cincuenta en laboratorios de investigación, universidades y conservatorios de los Países Bajos. Un campo de conocimiento que aborda la aplicación de las nuevas tecnologías en el terreno sonoro.

Dédalo from Marina García on Vimeo.

«Empecé a aprender a manejar programas informáticos vinculados a esta materia y realicé un título en Valencia, sobre lo mismo, donde conocí a David Andrés, un arquitecto alicantino que está muy puesto en este tipo de lenguaje de programación audiovisual. Juntos comenzamos a trabajar en piezas escénicas que mezclan danza contemporánea, videoarte interactivo, y música acústica y electrónica. La esencia se basa en, a través de sensores, captar el movimiento de un bailarín y de las melodías de una serie de músicos. Toda esa información llega a un ordenador y se traduce en datos digitales que producen imágenes. Figuras que evolucionan al compás de todas esas interacciones», trata de explicar la docente valenciana.

Alcyon from Marina García on Vimeo.

Experimentó, en un principio, con una pequeña obra denominada «Dédalo», con un punto actual y cierto aire «electro-house», pero lleva ya un tiempo configurando lo que podría ser su gran puesta de largo: «Fábula». Un proyecto que conecta con su amor por el medievo, ya que se inspira en las ilustraciones y en los textos del «Bestiario de Oxford». Homenaje a todas esas criaturas reunidas por el alquimista y astrólogo Elías Ashmole.

Fábula from Marina García on Vimeo.

«No juego con representaciones muy evidentes sino con simbologías de todo ese imaginario. Por ejemplo, me inspiro en la espiral que provoca el movimiento de un ave fantástica», argumenta García, que se encarga de componer la música en la que mezcla el estilo medieval con el electroacústico. También de la programación de los sistemas que dan vida a todo este espectáculo mágico, aunque perfectamente medido. «El bailarín no solo crea imágenes con sus acciones sino también sonidos que, en vivo, se van entrelazando con los instrumentos en escena. Por eso, las coreografías están abiertas, en cierto grado, a la improvisación y a la imaginación del bailarín según le vaya inspirando la historia», manifiesta. Los ilicitanos Raquel Linares y Héctor Manzanares son los encargados de introducir las «piruetas» en esta obra multidisciplinar, que entiende el sonido como un algoritmo.

Ya han representado algunos fragmentos en el Festival MevArt de Valencia y en el Museo de la Universidad de Alicante (MUA). A partir del 1 de julio se encierran en l´Escorxador para pulirla, con el objetivo de tenerla lista para presentarla, en su totalidad, en este cuartel general de la cultura contemporánea ilicitana.

Una ilusión que tiene Marina García, a la que también le han concedido una plaza para estudiar, durante un año, en el Instituto de Sonología del Conservatorio de La Haya (Holanda). Al parecer, su viaje a esta dimensión de contrastes de artes, tecnologías y épocas no ha hecho más que empezar.