Mayores entre los más mayores. Elche cobija a 23 personas centenarias entre los más de 227.000 vecinos censados en el municipio, una barrera sorteada en la ciudad por seis hombres y 17 mujeres. Hace apenas medio siglo, cumplir 100 años asomaba como una quimera, una frontera prácticamente infranqueable e inaccesible. Hoy, además de a viejos, algunos elegidos como estos 23 ilicitanos, bien sea de nacimiento o de adopción, llegan a ser muy longevos. Con más o menos problemas de salud, con enfermedades mentales lógicas de la edad o la memoria intacta para recordar hasta el último detalle de más de un siglo de vivencias. Todos, dentro de sus facultades, enamorados de la vida.

«Cuando se murió mi marido pensaba que me iba detrás de él, y de eso han pasado ya 40 años». Francisca Sánchez rezuma vitalidad por los cuatro costados, por mucho que le cueste desplazarse sin ayuda de un andador o de los brazos de sus hijos, nietos o bisnietos, que de todo tiene. Es lo único que le ha robado la naturaleza desde que naciera un 4 de abril de 1915 en la vecina Catral, desde donde su familia se trasladó a Elche siendo ella una niña.

Francisca mantiene el carácter risueño que nunca logró arrebatarle la guerra, su amor por las tradiciones ilicitanas, el gusto por la buena vida, su amor hacia Antonio Ors, el padre de sus cuatro hijos. «Sigo muy enamorada de él. Me casé con un hombre al que quería y que me quería, y ese es el secreto, junto a mis hijos, de que aún hoy siga viva». Una foto de su marido, enmarcada y de gran tamaño, preside una de las paredes del soleado salón de su casa, en el mítico barrio de El Raval. La mira y se emociona. Su mente vuela, desde el pan con panizo más duro que una piedra que comía en los peores momentos de la guerra, y que no disimulaba el hambre, hasta las serenatas que le cantaba su pareja. «Me acuerdo de todo».

«Por lo general he tenido una vida estupenda», asegura Francisca, acompañada por dos de sus hijas, una de las cuáles vive con ella junto a uno de sus hermanos. «Está muy cuidada y muy mimada», señala su hija Paqui cómo clave de su longevidad. Francisca lo corrobora. «Mis hijos y mis nietos me quieren mucho y me dan ganas para seguir viviendo». Pero no de cualquier forma. «Me gusta salir a desayunar, comer fuera, cantar con mis amigas...», afirma con una vitalidad pasmosa y una salud de hierro. Salvo una pequeña artrosis en la rodilla derecha, Francisca no sufre más enfermedad que la del inexorable paso del tiempo, la única que no tiene cura.

Atención médica

Manuel Orihuela y Fortuna Tocino sobreviven a su ancianidad en una residencia privada de la ciudad. A sus 101 años, Manuel, ferroviario en su tiempo y asentado en la ciudad desde hace más de medio siglo, sufre las consecuencias del mal de Alzheimer. Fortunata tiene demencia, aunque aún consigue recordar a su hija Blanca cuando la visita. La enfermedad le ha secuestrado la memoria, aunque mantiene un físico envidiable y el genio ingobernable que nadie ha podido domar en sus 105 años de existencia.

«Todavía hoy le tengo que preguntar si le parece bien esto o lo otro, porque si le digo de hacer algo sin preguntarle y no le apetece no hay forma de convencerla», revela Blanca mientras fija la vista en su madre con devoción. Ambas tienen los ojos azules, la mirada limpia, ganas por seguir conectando la una con la otra aunque sea a ratitos. Se miran y se ríen. Se besan. «Ella es feliz».

Carmen López engrosa también el selecto grupo de ilicitanos centenarios. Nació en agosto del año 1916 y, hasta el pasado mes de febrero, en el que le diagnosticaron una infección respiratoria, llevaba una vida completamente normal e independiente. Comía de todo y le gustaba beber una copita de mistela a media mañana. Hoy, está en cama aquejada de distintos problemas de salud.