A finales de los años setenta el Ministerio de Turismo denegó a Elche convertir el Palacio de Altamira en parador nacional. Un joven y batallador Rafael Ramos, que gestionaba un pequeño Museo Arqueológico Municipal cerca de donde se encuentra a día de hoy la Oficina de Turismo, vio clara su oportunidad y llamó a su amigo Manuel Amorós, entonces concejal, para que le cedieran ese tremendo espacio para montar un nuevo centro expositivo. Rafael Ramos recuerda que Amorós, tras insistirle varias veces, le dijo algo así como «Don Vicente (Quiles), el alcalde, cada vez que le voy con el tema me tira del despacho. Mira, el único momento en el que se muestra algo receptivo y no está tan agobiado, es cuando pasea, a eso de las siete de la mañana, por el Parque Municipal». Ramos no se lo pensó, se pegó el madrugón y se plantó en este área de palmeras minutos antes de la hora indicada. No había un alma y todavía no habían brotado los primeros rayos de luz. Pasaron los minutos y solo se topó con algún vigilante. Cuando pensó que su estrategia se estaba yendo al garete, escuchó a lo lejos las voces del alcalde y de un técnico. Se acercó a ellos y sin pensárselo dos veces le dijo al primer edil: «Don Vicente buenos días. No sé si sabe cómo tengo el museo. No me cabe ni una pieza. ¿No podríamos aprovechar el Palacio?». Éste le espetó: «Xaval, fes el que vulguis». Y lo hizo.