Para el compositor ilicitano Héctor González la calle, la naturaleza o cualquier elemento que derive en un sonido puede convertirse en un tesoro que «robarle» a la vida para después entremezclarlo con otros con cierta armonía, y así diseñar un espacio sonoro para un espectáculo escénico. Un atrezo auditivo que ayude a sumergir al espectador en el ambiente o en el sentimiento que decide el director o coreógrafo, con el que aderezar cualquier momento del show. Héctor González, en la última década, se ha convertido en un auténtico artesano del sonido, combinando su rol de autor de bandas sonoras para montajes de danza y teatro con el de diseñador de estos entornos en los que puede introducir desde el trinar de los pájaros a inquietantes voces que tratan de evocar las de un siniestro manicomio.

Una habilidad que le requieren algunos de los mejores coreógrafos de la danza contemporánea y del flamenco de nuestro país, sobre todo en la vertiente más vanguardista, como Manuel Liñán, Teresa Nieto o Rocío Molina. Las dos últimas premios nacionales de danza. O Daniel Doña, que según el compositor ilicitano, está dándole un giro de 180 grados a las estructuras de la danza española. Uno de los espectáculos más recientes en el que trabajó para él, «Hábitat», compite, de hecho, en los Premios Max por Mejor Espectáculo de Danza y Mejor intérprete Masculino de Danza.

Asimismo, en «Black Box», otro montaje en el que se ha puesto al servicio de Daniel Doña y que se presenta estos días en el festival Flamenco Madrid, trató de emular los sonidos o ecos que supuestamente se escucharían dentro de una caja negra. «Como si diferentes instrumentaciones o movimientos del intérprete se quedaran encerrados en el escenario», explica este autor, que llegó a utilizar los gritos de una manifestación del «No a la guerra», en 2002, para ambientar uno de sus primeros trabajos de este tipo.

Sin embargo, los viajes a nuevos territorios sonoros en los que se ha tenido que embarcar González han ido, en ocasiones, mucho más allá. Hace alrededor de un año, en el espectáculo «Bush Bailando», que presentó Pepa Molina en Sidney, le requirieron un ambiente escénico plagado de ruidos procedentes de los bosques más autóctonos de Australia. La coreógrafa manchega Sara Cano le ha encargado, hace poco, para su obra «Sintempo», una composición a base de los golpes que generan las máquinas de impresión offset, «con las que trato de usar técnicas de modulación rítmica para transmitir ideas como ser esclavo del compás o del propio tiempo», dice.

Sus trabajos se han podido ver fuera de las fronteras nacionales. De hecho, actualmente prepara una pieza inspirada en William Shakespeare para la coreógrafa Altea Núñez, que vive en Bélgica y ha sido solista en la Royal Ballet de Flandes. Otra partitura que realizó, a nivel más de banda sonora, para Ángel Corella, se presentó en el New York City Center. Además, diferentes distinciones y un amplio currículum avalan una creatividad que canaliza a través de su piano y de una serie de programas informáticos con los que va trazando sus rutas sonoras. Hace poco que ha regresado de un largo periodo en Madrid y se ha vuelto a instalar en Elche. En su ciudad quiere crear un equipo con el que seguir trabajando para lo más granado de la danza nacional e internacional. González tiene claro que, en esta etapa, acabará decorando algún espectáculo con el sonido de algún huerto de palmeras.