Elche tiene un museo del grafiti. Bueno, no es oficial, ni cuenta con unas instalaciones perfectas, ni aparece, lógicamente, en ninguna guía. Pero sí cuenta con lo básico: sus piezas de arte, algunas muy bien elaboradas y cuidadas, se pueden admirar a lo largo y ancho del interior de las paredes, casi como lienzos, en una extensa nave, bastante diáfana, con muros que separan unas estancias de otras y que recuerdan a, precisamente, salas de un museo. Además, la entrada es absolutamente libre y sin límite de horarios.

Si no fuera por la multitud de cristales y ladrillos rotos que hay esparcidos por el suelo, por los botes de spray vacíos abandonados, por algunos elementos de espuma en descomposición caídos desde el falso techo, es decir, por una limpieza a fondo, perfectamente parecería una sala de exposiciones «underground», urbana, libre, para el disfrute de todos casi a cualquier hora. Bueno, por la noche no, a menos que se acuda con linternas ya que no hay luz, aunque todo apunta que también el lugar es zona de encuentro para algún botellón improvisado y alguna pequeña fogata.

Pero por lo demás, la nave no se asemeja a otras donde los orines, defecaciones, basuras y escombros se acumulan. Aquí parece que, pese a todo, hay un cierto respeto. No parece un lugar de pernoctación, ni un aliviadero, ni tan siquiera un punto de consumo de sustancias estupefacientes. Es como si hubiera un cierto miramiento por este sitio.

Impronta

De hecho, la gran mayoría de los grafitis no están pintados unos sobre otros, o tachados, o menospreciados. Aquí, los artistas urbanos han dejado su impronta, en algunos casos, con un arte admirable. Formas, colores, imaginación, conceptos... algunas de estas expresiones artísticas permiten asegurar que sus autores guardan, en algunos casos, un genio en su interior y que están bien lejos de aquellos que puedan considerarlos gamberros por pintar en paredes.

Algunas obras son de dimensiones importantes; otras, menores, pero no por ello dejan de sorprender. Casi cualquier rincón está tomado por los sprays. También una pequeña planta superior, que antaño seguramente albergaría las oficinas de lo que parece que fue una fábrica de calzado y luego, al parecer, una nave para la venta de enseres de casa, está tomada por estas pintadas. Esta zona , no obstante, es la más deteriorada y las escasas dimensiones de sus paredes han dado juego más para el vandalismo que para decorar los muros.

El caso es que este improvisado «museo» llama la atención por dentro, porque se nota que se han dedicado muchas horas a crear este «templo» del grafiti, donde hay esmero y admiración por las obras de otros compañeros, un lugar en parte sagrado porque no se dan aquí los típicos grafitis para hacer una gamberrada, sino que entre todos se busca preservar el trabajo plasmado en su interior. Una zona segura que, no obstante, si se corre mucho la voz, quedaría expuesto a los ojos de todos, incluso al de las autoridades o a los propietarios que podrían poner el punto y final a este espacio.

Precisamente, para que este lugar y su identidad no se vean comprometidos, no desvelamos su ubicación exacta, tan solo que está en la zona de L'Aljub, su vallado está abierto completamente y el edificio no tiene puertas, por lo que se puede acceder muy fácilmente.

Aunque fuera también sus fachadas están repletas de grafitis, nadie adivinaría lo que uno se puede encontrar dentro. Antes de entrar es inevitable pensar en que estará repleto de numerosos y malolientes deperdicios, paredes derribadas o con rincones donde algunas personas pasan la noche. Pero no es del todo así.

Dentro se respira, al principio intranquilidad, pero, luego, al caminar por sus estancias, se percibe que es un espacio de liberación, donde expresarse utilizando los aerosoles y lejos de los ojos de la «autoridad». Es al terminar la singular visita cuando se da cuenta uno de que si existe un museo del grafiti en Elche éste es.