Hubo un tiempo en el que Pablo Ruz era uno de los hombres fuertes de Mercedes Alonso. La sintonía era total. El PP era el inquilino de la Plaça de Baix, tenía mayoría absoluta, y la entonces alcaldesa no escatimaba en halagos hacia el que en ese momento era considerado su delfín y, por tanto, su sucesor natural. Él hacía lo propio con su jefa. Sin embargo, llegó mayo de 2015. El PP se convirtió en la fuerza más votada, pero de los 14 concejales sumados en 2011 se pasó a nueve. Las cuentas no daban. El varapalo fue total y absoluto, por más que desde el aparato trataran de relativizar el resultado. Al final, el pacto entre el PSOE, Compromís e Ilicitanos por Elche acabaría apeando a Alonso de la Alcaldía. A partir de ahí, todo cambió. Los planteamientos de la presidenta del PP en Elche y su secretario general, lejos de converger como antaño, comenzaron a distanciarse cada vez más, hasta hacerse finalmente irreconciliables.

Pablo Ruz empezó a abanderar el discurso de la renovación del partido y de la integración de todas las partes, y pidió autocrítica, apoyado por Sergio Rodríguez -y, por extensión, por Nuevas Generaciones- y por Antonio Luis Martínez-Pujalte, a la sazón otros pilares fundamentales de la exalcaldesa cuando aún retenía la vara de mando. Mercedes Alonso contraatacó acusando a Ruz -y así sigue haciéndolo hoy- de traidor y de querer romper el partido. Los oficialistas se habían rebelado contra el aparato -lo que era lo mismo que decir contra la presidenta- y quedaron poco menos que marginados en el partido y en el grupo municipal. Ni siquiera en la estrategia de oposición al Ayuntamiento había muchas coincidencias entre una y el otro. Ni cuando planeó el fantasma de la moción de censura hubo acuerdo. Alonso la alentó porque veía ahí el único camino a corto plazo de arrebatar el Gobierno a un tripartito, que, denunciaba y sigue denunciando continuamente, está falto de ideas y hace más bien poco. El reducto formado por Ruz y Martínez-Pujalte cruzaba los dedos para que la moción no cuajara, porque creían que volver a las andadas en un Gobierno municipal con Cristina Martínez acabaría trayendo más dolores de cabeza que otra cosa, y, lejos de allanar el camino de cara a 2019, lo complicaría.

Sin embargo, no era este el único grupúsculo contestatario que le había salio a la línea oficialista. Para ese entonces, algunos de los ediles díscolos del anterior mandato, y, en concreto, el ex de Educación, Daniel McEvoy, y el ex de Seguridad Ciudadana, Sebastián Polo, ya habían comenzado a dejarse querer como alternativa a los alonsistas. Estaba también el tándem formado por Enriqueta Seller y Elena Bonet, que nunca ha ocultado su antialonsismo. Fue la exdiputada nacional, de hecho, quien lideró la lista alternativa a la entonces alcaldesa en aquella asamblea, la de 2012, que acabó en el juzgado, y se saldó con 670 votos a favor de Alonso por 51 de Seller. No faltaban tampoco los versos sueltos, esos que no son ni de uno ni de otro ni del más allá, salvo de ellos mismos, y hasta alguna que otra persona que se vendió como mirlo blanco, sin que la cosa pasara a mayores en ese momento.

Cada uno iba por su lado. Todos buscaban adeptos para su causa pero, en la práctica, el PP en Elche seguía siendo Mercedes Alonso. No obstante, los puentes entre el sector McEvoy y el sector Seller eran más que públicos y notorios, más allá de a cuánta gente pudiera mover cada uno a efectos prácticos. Era la alianza natural en ese momento. Uno y otro tenían en común su rechazo a la exalcaldesa, y uno y otro también desconfiaban de una alternativa liderada por Pablo Ruz, al que le recriminaban que tanto en el Ayuntamiento como en el partido hubiera cerrado filas con Alonso cuando todo iba bien y que ahora hablara de regenerar y de integrar. El secretario general tenía las puertas cerradas en ese círculo, al menos de momento.

En esas se estaba cuando se llegó a las generales de junio del año pasado. Si en las de diciembre de 2015 era Martínez-Pujalte el que se había colado en las listas para el Congreso, en el número seis, medio año después entraría Pablo Ruz, aunque en el puesto siete. No logró el billete para Madrid, aunque salió reforzado del envite. El PP consiguió en esa segunda vuelta de las generales 12.500 votos más que en las municipales de un año antes, y 5.000 más que en diciembre de 2015. Los resultados de aquel 26-J fueron interpretados por la vía renovadora en clave local, y como un aldabonazo a una candidatura liderada por Pablo Ruz para las municipales de 2019. La lectura para ellos era clara: si en 2015 la Alcaldía se perdió por la gestión y las formas de Alonso, ahora se recuperaba terreno gracias a Pablo Ruz. La exalcaldesa y ahora portavoz del principal grupo de la oposición se contuvo lo más que pudo. Aunque aún no hubiera fecha para la asamblea local, la lucha por el control del partido en Elche había comenzado y empezaba a subir de tono. Al fin y al cabo, era la única garantía de poder ser alcaldable de cara a las siguientes municipales.

Se intensificó así la labor de captación de apoyos, y, por extensión, las negociaciones en el más absoluto secretismo. Díscolos y antialonsistas ya no cerraban la puerta a cal y canto cuando tocaba Ruz, sino que empezaron a dejarla entreabierta. Polo y McEvoy fueron los primeros en sumarse a la causa de Pablo Ruz, y con Enriqueta Seller y Elena Bonet se fueron buscando puntos de encuentro. El PP en Elche, en cualquier caso, seguía siendo Mercedes Alonso, en algunos casos por pura convicción y por lealtad, en otros por el simple hecho de que posicionarse antes de tiempo podía tener consecuencias si se erraba el tiro.

Ahora a una semana de que se celebre el congreso provincial del PP que debe ratificar a José Císcar, la pugna entre alonsistas y pablistas se ha intensificado y las fuerzas se han ido equilibrando. Además, la toma de posición de los ediles ha ahondado en la brecha del grupo municipal. De los dos contra siete con los que arrancó la partida se ha pasado a cuatro contra cinco. Erica Sánchez, Vicente Granero y Justino Delgado siguen del lado de Mercedes Alonso; Martínez-Pujalte y Ruz han sumado a Loli Serna, Manoli Mora y Luis Ángel Mateo. Significativa es la cena celebrada en el restaurante de Mateo hace ahora un par de semanas, en la que no sólo este concejal, sino también Manoli Mora y Loli Serna, así como el que fuera jefe de gabinete de Alonso y hoy diputado autonómico, José Salas, se retrataron. La foto que, posteriormente, publicaron en las redes sociales, y la pregunta del marido de la exregidora en esa misma plataforma preguntando que qué se celebraba lo dice todo. Mientras tanto, desde el entorno de Alonso también se trabaja en la búsqueda de adhesiones. Por tocar parece que desde su círculo hasta se ha llamado a algún exconcejal defenestrado que acabó montando su propio partido.

En cualquier caso, aunque el partido está fundamentalmente polarizado en torno a Alonso y Ruz, no son los únicos que ya se postulan como candidatos para esa asamblea local que se podría convocar a principios del mes de julio. Enriqueta Seller ha mostrado también su intención de ser la tercera en discordia, hasta el extremo de que tiene hasta sede para su candidatura. Es verdad que el acercamiento entre la exdiputada y el exdelegado de Cultura se mantiene, pero, hasta la fecha, no se ha cerrado nada.

Hay quien dice que, al final, alguien acabará cediendo, bien antes de presentar candidaturas, algo improbable en estos momentos, bien in extremis, antes de la asamblea, especulación que gana más fuerza a dos meses de la consulta. Alegan estas voces que, de lo contrario, hay muchas posibilidades de que, hoy por hoy, si se presenta Alonso, salga beneficiada. Sea como sea, la cuenta atrás para todos ya ha comenzado. Sólo falta por saber cómo juega a partir de ahora cada cual sus cartas.