Las terribles imágenes que deja la mayor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial cohabitan con un halo de solidaridad que despierta conciencias. El drama sin fin que viven los refugiados sirios ha llevado a dos jóvenes ilicitanas a viajar una semana hasta Grecia para ayudar a estas víctimas de la sin razón, muchas de ellas atrapadas en los campos de refugiados levantados en suelo heleno. Teresa es odontóloga y Claudia higiniesta. Acompañadas por Noelia, una dentista murciana amiga de Teresa, trataron entre 30 y 40 pacientes al día, algunos con la dentadura completamente destrozada. Entre ellos médicos, ingenieros, gente que tenía dinero para pagarle a las mafias y abandonar el campo de bombas en el que se ha convertido su país.

Estas heroínas anónimas repartieron su trabajo entre la clínica de una fundación solidaria instalada en Atenas y el campo de refugiados de Sounion, establecido sobre un antiguo campamento de verano. Allí, durante dos días, fueron cabaña por cabaña revisando las bocas de estos inmigrantes de la guerra, estableciendo las prioridades más urgentes a tratar. El resto de la semana, estuvieron tratando a los citados en la clínica con la ayuda de voluntarios que hacían la función de traductores y refugiados sin formación que quisieron ayudarlas a toda costa.

En la clínica sólo había un sillón dental y las jornadas de trabajo fueron tan agotadoras como «gratificantes». «No sabíamos que nos íbamos a encontrar. Yo me enteré del proyecto, organizado por el Colegio de Odontólogos de Barcelona y la ONG Dentist for Refugees, y fue dicho y hecho», señala Teresa, de 28 años, con la imagen de un joven con los «dientes destruidos» grabada a fuego en su retina.

«Había un chico de unos 30 años que quería salir del campo desde diciembre para tener atención dental pero no le dejaban. Le hicimos todo lo que pudimos en un tiempo express: 16 extracciones, cuatro endodoncias, reconstrucciones... Casi los 32 dientes estaban para extraer. Sacamos la mitad y el resto los intentamos conservar. Enseguida le remitió el dolor y empezó a comer, estaba más alegre », desgrana.

«Imágenes impactantes»

Más «impactante» aún le resultó a Teresa comprobar de primera mano la indefensión de los niños refugiados. «La mayoría tenía policaries con estrés postraumático,. Uno de nuestros compañeros, que era profesor, hizo un taller de pintura en el campamento. Era dibujo libre y dos niñas le dibujaron una patera», rememora. «Son imágenes que impresionan», sentencia.

Con 23 años, Claudia no dudó ni un segundo en acompañar a Teresa hasta Atenas. «Se nos ha hecho muy corto, porque hay mucho por hacer, pero hemos vivido en primera persona el agradecimiento sincero de estas personas». «A la vez que nos daban las gracias nos pedían por favor que siguiéramos ayudando», destaca.