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Marta Sanz: «Las historias de amor son el mejor remedio contra la sociedad enferma»

Esta apasionada de las letras se mueve como pez en el agua entre diferentes géneros literarios como la poesía, el ensayo o la narrativa

Esta narradora propone hoy en Elche un viaje a las entrañas de su última novela «Clavícula», en la que, de manera autobiográfica, aborda todos esos dolores desconocidos que nos asaltan en una sociedad en la que sometemos nuestro cuerpo a demasiadas presiones y que muchas veces no sabemos identificar. Enfermedades misteriosas, a medio camino entre la ciencia y el realismo mágico, que sufren muchas mujeres como ella y a las que no se les da importancia. «Será ansiedad», les dicen a enfermas a la larga de fibromialgia o endometriosis. Con una voz sincera, comprometida e incluso con dosis de humor expone un retrato poco fotogénico de sí misma, en el que se apuesta por la fraternidad como receta de salvación.

¿Qué cree que se consigue con novelas como «Clavícula»?

Poner nombre a cosas que no conocíamos. El lenguaje es obvio que nos puede servir para llegar a la verdad. Además, se trata de una autobiografía diferente, ya que no se centra tanto en el yo. Somos todos un poco víctimas del capitalismo avanzado, que fomenta el individualismo y que prestemos demasiada atención a cualquier cosa que nos ocurre, ya sea física o psicológica. Nuestros vínculos con los demás y nuestro amor por ellos es la única manera de salir de esas dinámicas. En definitiva, el dejar de mirarte el ombligo y preocuparte del otro. Las historias de amor, las buenas, son el mejor remedio para combatir a esta sociedad enferma.

Ya en 2008 apostó por la autobiografía en «La lección de anatomía». ¿Por qué la retoma?

Me siento cómoda hablando con esa voz. Con la metáfora de la carne más que con la metáfora de la máscara. Me permite hablar del cuerpo como texto y del texto como cuerpo. Por otro lado, estoy alguna saturada de ficciones. Ciertos mecanismo de ficción narrativa me hacen sentir deshonesta con los lectores. Creo que, además, existe cierta confusión en torno a este asunto. Por ejemplo, la invención en literatura no tiene solo que ver con la posibilidad de contar que los burros vuelan o que los caballeros templarios van a buscar el Santo Grial, sino que está más relacionada con la capacidad de descubrimiento. Para mí la imaginación, que creemos de manera equivocada que solo va asociada a la fantasía, está en el lenguaje y en captar con él lo extraordinario de lo natural. Me interesan los textos que hablan de pequeñas cosas cotidianas que se convierten en increíbles por cómo se cuentan. Que las palabras le otorgan una luz especial.

Tanto este libro como otras publicaciones, como el ensayo «Éramos mujeres jóvenes», disponen de una dimensión femenina muy reivindicativa.

Nunca me puedo separar de lo que soy: una mujer de clase media, de 49 años, heterosexual y con una relación estable. Conceptos que configuran la geografía de mi escritura y que me hacen hablar de una serie de preocupaciones concretas. En ese libro reflexiono sobre aspectos que nos siguen condicionando a mujeres actuales, entre las que me encuentro, como podrían ser los restos de la educación católica que recibió mi madre. O ese modelo de sexualidad neoliberal que nos obliga a las mujeres a ser perfectas en la cama, en el trabajo y en todas partes. Aparte, en momentos de crisis económica se radicalizan posturas muy conservadoras. Y siempre pierden los eslabones más débiles, entre los que se encuentran las mujeres y los pobres. Y si eres mujer y pobre ya no te digo nada... En nuestros días, hay chicas jóvenes que asumen cosas que las de las década de los 60 no toleraríamos. También sigue produciéndose demasiada violencia contra ellas. Como contrapeso, también hay mucha gente luchando contra esas injusticias.

¿Considera que es una escritora política?

Es imposible que la literatura sea neutral. Una comedia romántica o una película como «Rambo» también vende ideología. Lo que ocurre es que en este país parece que existe una ideología equivocada, que es la de izquierda, y cuando la trasladas en una novela te tildan de panfletaria. No digo que en todos los libros tengas que hacer una arenga, pero cuentas historias reflejando tu posición en el mundo, para sacarte las chinas que te aprietan en el zapato.

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