«Ya lo tenemos casi todo preparado», asegura Isabel Planiol, mientras remata los adornos de una palma rizada en un taller ubicado en Filet de Fora, donde este año han preparado adornos con forma de pájaros. La mujer confiesa que «llevo cincuenta años trabajando la palma, los mismos que llevo con mi marido, que es palmerero, y cada vez me gusta más».

En talleres como el de Isabel y su marido, Felipe Navarro, se preparan cada año miles de palmas blancas, lisas y rizadas, que se reparten por todos los rincones del país. Madrid, Zaragoza, Sevilla o Cuenca son sólo algunos de los destinos de este producto típico de Elche.

Mientras tanto, Paqui Valero, en el taller de la familia Serrano Valero, se esmera para rizar una palma de gran tamaño. «Este año la campaña lleva más retraso», dice, a la vez que explica que «los clientes se han relajado más para hacer los encargos. Siempre ocurre cuando la Semana Santa llega más tarde, y ahora nos toca correr».

Las palmas rizadas más elaboradas, las que llegan a los dos metros, requieren la dedicación de una personas durante dos días. A lo que hay que sumar la elaboración de los pequeños adornos que se añaden a la palma. Otras, como las que el Ayuntamiento envía a los Reyes o al Papa Francisco, tienen más trabajo, de hasta una semana.

Este trabajo artesano siempre ha pasado de padres a hijos, y así se ve en los talleres, en los que las terceras o cuartas generaciones son las que hoy en día toman el relevo.

En el taller municipal de palma también se trabaja a pleno rendimiento. Treinta personas asisten cada día a las clases de iniciación y perfeccionamiento en el Huerto de San Plácido. Esther Martínez es una de ellas. «Llevo cuatro años asistiendo, y seguiré hasta que me dejen», confiesa esta mujer mientras rizaba una palma.