El creador cubano Elio Rodríguez vivió esa locura que experimentó su gremio en la década de los 80 y los 90 en La Habana, cuando el arte de Cuba era tremendamente seductor para el mercado norteamericano aunque su comercialización, en muchas ocasiones, tenía que esquivar las burocracias propias del castrismo y la idiosincrasia de una ciudad que respiraba ese caos tan romántico para algunos y tan delirante para otros. «Recuerdo cuando bajaban de un autobús más de 20 norteamericanos y se metían en mi casa para ver mis creaciones, y los vecinos alucinaban», indica Rodríguez, afincado actualmente en Elche, desde donde no deja de viajar a diferentes puntos de planeta para mostrar su arte que reflexiona, desde el humor, sobre los clichés culturales tanto a través de la pintura como de las esculturas de gran formato.

Esa época en la que los coleccionistas estadounidenses se dejaban caer por La Habana se atemperó pero, con el proceso de apertura que vive Cuba en los últimos tiempos, se ha vuelto a reactivar. Muchos artistas que estaban en el exilio han regresado y con ellos los compradores. De ahí que Elio Rodríguez haya decidido adquirir un estudio en la ciudad que le vio crecer para retomar esas relaciones. «También porque cada vez que expongo en La Habana es un follón burocrático para sacar y meter obra», incide. Actualmente, desde España, trata de coordinar la reforma del estudio para tenerlo listo a finales de mayo, momento en el que tiene programada la visita de 24 personas de una universidad de Pennsylvania. «Allí los electricistas y los albañiles, van a su ritmo, ya se sabe. El 10 de mayo me voy a exponer a Antioquía (Colombia) y luego viajaré a La Habana. Quizá me tocará rematar a mí la obra para que esté todo listo para la recepción. Hay cosas en Cuba que nunca cambian...», sonríe.