«Ya me puedo morir tranquilo», comentaba ayer Alfonso Martínez desde la habitación donde lleva ingresado desde el sábado. El martes recibió una visita inesperada al Hospital del Vinalopó: la de su perro Balto. Quería despedirse de él porque su estado de salud parece irreversible, tal y como le han diagnosticado los médicos.

Su familia pudo hacer realidad el deseo de este ilicitano de adopción con 91 años, que, pese a su delicada situación, preguntaba a todas horas por su mascota. «Me quedé de piedra. No me lo esperaba», revelaba el paciente con la mascarilla de oxígeno puesta, y con la sonrisa que todavía podía dibujarse en su rostro.

Y es que los parientes más cercanos de Alfonso quisieron probar suerte y solicitaron permiso al centro sanitario para ver si existía la remota posibilidad de poder llevar el perro a la habitación, aunque fuera tan solo por un instante. «Todos los días preguntaba por el perro, que si dónde está Balto, que si pobrecito que estará solo... Y decidimos trasladárselo a la auxiliar, aunque pensábamos que nos iban a decir que no», señaló Tere Giner, la pareja de uno de los nietos del paciente.

Sin embargo, por sorpresa, la respuesta fue positiva y el perrito de raza Yorkshire pudo hacerle una visita a su dueño, tras la autorización del supervisor. Algo que nunca antes había ocurrido en el Hospital del Vinalopó, desde donde señalaron que se trata de una iniciativa muy puntual y de un acto de humanización.

Con el visto bueno conseguido, los familiares de Alfonso se fueron a casa a por el perro para bañarlo y trasladarlo, después, en un trasportín, hasta el centro sanitario. «Accedimos de forma muy discreta al hospital para evitar llamar la atención y lo entramos a la habitación. Fue muy emotivo todo y estamos muy agradecidos», relata Tere.

Diez minutos a su lado fueron suficientes para que este ilicitano recibiera un «empujón» y pudiera levantar el ánimo, que durante estos días en el hospital había decaído al ser consciente de su delicado estado de salud. Lo cierto es que, a pesar de sufrir una insuficiencia respiratoria, cardíaca y renal, junto a lo que supone pasar de los 90, los familiares de Alfonso reconocían la fortaleza mental de este hombre, residente en Elche desde hace más de 40 años, pero natural de Moratalla, en Murcia, tal y como ayer él mismo confesaba a este diario. «Tenía muchas ganas de ver a Balto, porque me hacía mucha compañía en casa. No nos separábamos. Me daba mucho cariño, hasta tomábamos el sol juntos», admitía.

Desde hace un año, el yorkshire convivía con él, con su mujer y con sus nietos en la misma casa y desde el principio se convirtieron en uña y carne, ya que Alfonso llevaba tres años sin poder salir a la calle, al vivir en un segundo piso y sin ascensor, y ante las dificultades respiratorias. De ahí que sus nietos quisieran llevarle a este perro, que, además, había acabado en la familia gracias a una adopción.

Para hacer posible este deseo, el Hospital del Vinalopó asegura tuvo en cuenta todas las medidas de seguridad y de higienización cuando accedió a hacer realidad la petición de estos familiares, al tratarse de un caso muy puntual. No obstante, desde el centro hospitalario también advirtieron que no tienen contemplado repetirla a no ser que en un futuro se ponga en marcha un plan específico para la entrada de mascotas al centro. En esta línea, el Vinalopó atribuyó esta decisión a la humanización y al hecho de acercar la sanidad al ciudadano. Por ahora, lo que sí está permitida es la entrada de perros guías para pacientes con diversidad funcional. De hecho, acuden a consultas y urgencias.

No es la primera vez que un can tiene acceso a un centro hospitalario, pero no aquí, sino en lugares como Madrid o Barcelona, donde ya realizan terapias asistidas con perros en sus instalaciones, principalmente con niños y con pacientes discapacitados.

En el ámbito más cercano, en la provincia, este verano hubo un caso que también conmovió al personal sanitario del Hospital General de Elda. Una perra esperó varios días a su propietaria, una a las puertas de las dependencias hospitalarias mientras se recuperaba de una intervención quirúrgica. Su dueña, una barcelonesa, interrumpió su viaje de vuelta desde Granada porque tuvo que ser operada de apendicitis. Eran amigos hasta el final, como Alfonso y Balto.