Precisamente mañana se cumple un año desde que saltara por los aires el tripartito que sirvió de trampolín al PSOE y a Compromís para convertirse en los inquilinos de la Plaça de Baix. La situación había comenzado a ser insostenible para febrero del año pasado, y, aprobados los primeros presupuestos municipales del actual mandato, el alcalde, el socialista Carlos González, movió ficha y decidió deshacerse, por su cuenta y riesgo, de Ilicitanos por Elche, un peón clave desde el principio para la investidura, pero que, una vez logrado el bastón de mando y sacadas adelante las primeras cuentas, no lo era tanto. Por eso mismo, optó por un cambio de cromos. Cristina Martínez y Fernando Durá salieron. El Partido de Elche entró. Un tripartito por otro tripartito, aunque con el matiz de que, en este último, la calculadora no daba. La suma de las tres formaciones sólo llegaba a trece. Sin embargo, eso sólo era sobre el papel. En la práctica, los números han venido saliendo gracias a la alianza con Ciudadanos. Al final, el balance es claro: se ha rebajado el nivel de crispación de los primeros nueve meses -e incluso de los últimos ocho años-, la oposición se ha quedado casi neutralizada, y de proyectos se ha visto bien poco, más allá de la ampliación de Elche Parque Empresarial para que siga creciendo Tempe, y más allá de la eterna reivindicación de la Dama de Elche, que, por momentos, parece más una cortina de humo que un proyecto sólido. Eso, y una Oficina Local de Tráfico que abría en Elche hace apenas unos días, y que se inauguró a bombo y platillo a pesar de llegar 16 años después desde que se proyectara y estar seis cerrada.

De entrada, los de David Caballero han demostrado que, en la práctica, su partido es la llave de gobierno. Sus tres ediles suman con el PP e Ilicitanos, y con el PSOE y Compromís. Eso mismo fue que lo que provocó que, desde el inicio del mandato, y más tras la ruptura del primer tripartito, se jugara tanto con una hipotética moción de censura, mientras la otra parte los agasajaba. Haber reuniones ha habido, aunque tan poco fructíferas que ya casi el ruido de sables se ha diluido. De hecho, la formación naranja no entró en el Gobierno municipal, como desde el principio dejó claro, amparándose en el componente nacionalista de Compromís. Sin embargo, en todo momento ha estado más cerca del tripartito que de la oposición. Cumplieron y matrimonio no hubo, pero sí ha habido cohabitación. El entendimiento ha sido tal que C's no ha dejado de estar en ninguna de las reuniones importantes, y ganó un funcionario de empleo más que no tocaba, aunque luego renunció a él. Por momentos, ha dado la sensación de que pintaba más David Caballero fuera del Ejecutivo que dentro Jesús Ruiz Pareja, que, con un solo edil, se ha tenido que conformar con el papel de convidado de piedra. Cierto es que Ciudadanos ha hecho frente común con la oposición en temas puntuales, pero de poco calado. Sí, aislaron, junto al PP e Ilicitanos, al tripartito en el último pleno con una moción para pedir más ladrillo para La Marina, pero, en este caso, como en casi todos, las mociones sirven de bien poco. Los presupuestos, que es lo que importa, sí los aprobaron.

Entretanto, el papel de Ilicitanos se ha reducido a la mínima expresión desde que está en la oposición -con media exclusiva más en este tiempo-, aunque eso no ha sido obstáculo para que hayan acabado sacándole los colores a Mireia Mollà por la fiesta de Nochevieja, o hayan sido los que desvelaron el cuarto informe de tráfico del Mercado Central. Por su parte, el PP sigue enredado en su guerra interna, con dos facciones totalmente enfrentadas: la de Mercedes Alonso y la de Pablo Ruz. Tal es la situación que, por momentos, hay algunos ediles más preocupados en hacerse las pascuas entre ellos que en hacérselas al equipo de gobierno.

En cualquier caso, pasado un año, los proyectos de siempre siguen enquistados, y se han ganado otros que van por la misma senda. Están los eternos en materia de infraestructuras, como el AVE que ya debería estar en marcha desde hace tiempo y que ahora parece que no llegará hasta finales de este año; una estación -la de Matola- que, poco a poco, ha ido perdiendo presupuesto hasta convertirse, como decía el propio alcalde hace sólo unos días, en un apeadero; las conexiones con el aeropuerto; o la segunda fase de la Ronda Sur, que, de ir al ritmo que la primera fase, no quedará otra que tirar de paciencia. Cierto es que no dependen del Ayuntamiento, sino de Madrid, pero sí demuestran el escaso eco que, en los últimos años, crisis al margen, han tenido las reivindicaciones con sello ilicitano.

Sin embargo, por encima de todo, lo que está marcando este mandato -después de dejar su impronta en el anterior- es el hotel de Arenales y el Mercado Central. Por lo que toca al hotel, cuando todo parecía que estaba encarrilado, dos denuncias, una de una asociación de consumidores y otra de un funcionario viejo conocido de los socialistas, cambiaron el escenario. Alegaban, entre otras cosas, que la concesionaria no se había ajustado a las autorizaciones de derribo y, por ello, acudían a Costas y al Ayuntamiento, hasta que, al final, el Gobierno central paralizaba cautelarmente los trabajos. El resultado es que nueve meses después el edificio sigue en punto muerto. Madrid va por el camino de dejarlo todo otra vez en manos de la Audiencia Nacional; la empresa ha amagado con tirar la toalla, y ha retirado grúas y otras estructuras; y, en este contexto, no sé sabe muy bien a qué juega el tripartito y, en particular, el PSOE. Ha pedido celeridad en la resolución, pero, al menos públicamente, no ha dicho si está a favor o en contra de que el proyecto siga. Tanto trataron de no mojarse que incluso postergaron el expediente urbanístico abierto por los técnicos municipales todo lo que pudieron.

El Mercado Central es otra cosa. A estas alturas aún seguimos con las catas arqueológicas, y con un informe de tráfico -y van cuatro- que, aunque pone no pocos reparos al proyecto, ya se ha consolidado como el definitivo. Es en este contexto en el que el PSOE y Compromís han escenificado sus mayores desavenencias. Los socialistas ya se han olvidado de que hubo un día en el que hicieron piña con Salvem el Mercat. Los de Mollà llevan ya tiempo levantándose de la mesa cuando se toca el tema, y no se esconden a la hora de mostrar públicamente su oposición al proyecto, aunque sea en una comparencia junto a sus socios del PSOE. Queda por ver si, al final, ese rechazo se lleva hasta las últimas consecuencias, aunque sea a costa del pacto de gobierno, o sólo es postureo. De momento, el viernes ya dejaron caer en Compromís que, de seguir adelante el nuevo Mercado, tratarán de minimizar el impacto de la circulación en el centro. No parece, por tanto, que la sangre vaya a llegar al río antes de acabar el mandato, por más que se levanten de las reuniones en las que se toca el Mercado Central.