Mientras en el exterior el termómetro marca cinco grados, en el centro de acogida para personas sin hogar de Cáritas en Elche unas 25 personas aguardan a que se sirva el primer plato de la cena: una sopa bien calentita para empezar a entrar en calor. Pasan pocos minutos de las 21 horas, en un pequeño televisor el telediario muestra las nevadas en media España y los comensales, repartidos en distintas mesas, no se quitan ni la ropa de abrigo.

«La Policía trajo a dos personas anoche -por anteanoche-, sobre las 23.30 horas», explica Juan Carlos Morcillo, el cuidador que, junto a otras dos personas, se turna a lo largo de todo año para atender a los ciudadanos sin hogar en el horario más duro. Matiza también que el centro está prácticamente lleno y no solo por el frío. «Cuando bajan las temperaturas tenemos picos, pero normalmente hay una media de ocupación de treinta y tantas personas», se expresa, a la vez que lamenta que esta sociedad, pese a que cada vez tenemos mayor formación intelectual y sensibilización social, los recursos por parte de las administraciones siguen sin ser suficientes para atender, no solo ahora, sino durante todo el año, a estas personas, en su mayoría, marginadas.

Finalizando el primer plato, y antes de que se levante para recoger su plato de calamares con macarrones, Eugenio, natural de Toledo, cuenta cómo lleva tres días en una pequeña cueva en Santa Pola y que, ante el desplome de las temperaturas, los efectivos policiales lo han traído para evitar mayores problemas. Como él, la gran mayoría de personas a los que Cáritas da cobijo es varón de mediana edad, distanciado de su familia o tiene problemas con su pareja, ha perdido el trabajo o padece algún tipo de adicción o enfermedad que le ha terminado por condenar.

Pero Samuel se sale de este perfil. Tienen solo 21 años y suele dormir en cajeros. A los 16 lo expulsaron del instituto, a los 17 se enfadó con su padre y al cumplir la mayoría de edad viajó a la Península para formarse como violinista y guitarrista. «La gente es buena», sentencia con un gorro de lana en la cabeza y sin nada que denote que es una persona sin hogar.

Con solo una mujer en el comedor, y mientras la gente se levanta a por más pan, algunos empiezan a escampar hacia la zona de dormitorios o al patio para hacerse un pitillo. El yogur de postre convence solo a algunos.

«Siempre servimos un primer plato calentito: un cocido, un estofado... porque hay gente que a mediodía no lo tiene. Te calienta el cuerpo y te da la vida. Y luego algo de carne o pescado. Alternamos», relata José, el cocinero, a quien le ayudan otros transeúntes con el trasiego de platos y recipientes. Como bebida: agua. El alcohol aquí está prohibido, motivo por el cual muchos no quieren acudir a este centro. Por eso, o bien porque tienen que abandonar todos su enseres.

El dispositivo por el frío impulsado por el Ayuntamiento de Elche y en el que toman también partido DYA, Protección Civil y Policía Local, lleva a Cáritas a acoger transeúntes fuera del horario habitual. La alerta salta cuando se prevén temperaturas de siete grados o menos, como estos días. El coordinador de DYA, Antonio Tarí, apuntaba ayer que entre el martes y el miércoles solo una de la veintena de personas que atendieron aceptó desplazarse al centro de recepción de la citada ONG. Anoche, la ronda de vigilancia para saber cómo están los sin techo comenzó una hora antes, sobre las 19 horas.

Mientras, en Cáritas, a las 23 horas, se apagan las luces para dormir, pero una hora antes muchos ya se han tomado la medicación y se han ido directos a la cama. La noche no la pasarán al menos al raso. Y si mucha más gente viene hay colchones y somieres casi listos, aunque sea en el pasillo para acogerlo. Todo con tal de arropar al más necesitado.