En plena era del Big Data, en el municipio ilicitano resiste, y prolifera tibiamente, un modelo de empresario que no mide a través de tantos algoritmos su público y sus beneficios. Un rara avis al que realmente le mueve un romántico compromiso con la cultura más emergente, que en algún caso utiliza para dinamizar su local en un día de vacío pero por la que apuesta más con el corazón que con la billetera. «Si la cultura diera dinero, habría mil bares en Elche que la promoverían. Pero no es el caso», manifiesta José Joaquín Pérez, que hace más de 15 años se empeñó en comprar un pequeño local en el bohemio barrio de El Raval que bautizó como La Cuna y que, en sus primeros compases, hizo un gran honor a su nombre. De ahí salió El Niño de Elche, La Negra, Fraskito... Una tetería en la que no hay ni máquinas tragaperras ni pantallas para ver el fútbol. Nada que despiste el interés por la música de la fiel clientela de este barman y gestor cultural, que sólo defiende a los músicos que llegan con una maqueta o un disco bajo el brazo. Nada de «covers» ni productos enlatados. Grandes artistas que han dejado allí su impronta y ha llegado a alojar en su casa para cuadrar gastos.

Desde su larga experiencia de superviviente, José Joaquín Pérez agradece que emerjan nuevos aventureros que, como él, se han arremangado para generar una escena musical, teatral o incluso poética desde la esfera privada. Les augura buenos momentos y alguna que otra decepción con un público difícil de atraer. El sinsabor del arte.

Y no todo son pubs. Entre la nueva hornada se encuentran los propietarios del restaurante EcoVegan Happy, que abrió el pasado mes de julio y en el que los jueves se trata de promover algún tipo de actividad cultural para atraer a más gente. Muchas de ellas con temática ecológica. Además, Adán García y Antonio Palazón, dos de los socios de este local vegano, forman parte del colectivo de payasos Meclowncho, por lo que no se cortan a la hora de dejar la sartén y el mandil a un lado y transformarse en los protagonistas del show.

Este modelo es parecido al que desarrollan desde hace tres años Salvador Sánchez y Cristian García en 41Premium Bar, donde incluso ceden sus instalaciones para que otros colectivos desarrollen sus talleres de pintura mientras se toman una cervecita. Cristian García cree que es una buena promoción para el bar apostar por actividades culturales, como actuaciones musicales o monólogos. No obstante, ellos también han implementado una línea algo más rentable basada en cursos vinculados a la gastronomía como catas, meridajes, corte de jamón, etcétera.

A Bea Burruezo y a Ana Gloria Navarro, propietarias del pub Sinergia, radicado también en El Raval, les va más fluir a la hora de plantearse su programación cultural. No hace mucho que los anteriores propietarios lo dejaron en sus manos y, desde entonces, van proponiendo acciones conforme les van surgiendo. «Hacemos de todo. Presentaciones de libros, intercambio también de novelas, tertulias, exposiciones... Pero lo que más funciona es lo que tiene que ver con la música», detalla Burruezo, que consiguió que en diciembre actuara la cantante Verita Masato, que se dio a conocer en «La Voz». «No obstante, con las amenizaciones musicales tenemos que tener cuidado para no molestar a los vecinos. Nos han dicho que la modificación de la ordenanza del Ruido va a regular un poco más todo eso», dice la copropietaria del Sinergia, que pone su punto artístico al local con algunos de su cuadros.

Otras propuestas más «trendy» son las del Break Beat, situado en el antiguo Patio Quilombo, y el Hangart, referencia de multitud de modernillos en el Parque Empresarial. En ellos se ofertan acciones más ligadas al diseño, al arte más actual y a los mercadillos de segunda mano.

Nuevas tendencias que contrastan con el carácter más literario y hippie que se respira en otros enclaves del centro como el pub Sultana, en el que el compromiso trasciende al arte y se mueve en favor de los colectivos más desfavorecidos. Matías Andrade y Ana García ofrecen su local contiguo para cualquier persona que quiera realizar una actividad cultural con interés. Desde este establecimiento, además, llevan a cabo una campaña de ayuda humanitaria para los refugiados sirios. «Somos un punto de encuentro para muchísima gente y eso lleva implícito una responsabilidad», expresa Andrade. Una máxima auténtica para los defensores de este tipo de iniciativas que, desde detrás de la barra, sirven copas e impulsan cultura, cultura de bar.