Las redes sociales y los grandes servidores que controlan los contenidos de internet a nivel mundial deben liderar la guerra que libran en el ciberespacio los estados democráticos y los grupos extremistas. El ingente batallón de combatientes occidentales que se ha alistado al Estado Islámico a partir de unos mensajes fundamentados en el extremismo y el odio son solo la punta del iceberg de una batalla que no ha hecho nada más que empezar y para el que las democracias liberales necesitan contar con la estrecha colaboración de Facebook, Twitter o Google para tener opciones reales de victoria.

La Universidad Miguel Hernández (UMH) acogió ayer la jornada inaugural del I Congreso Internacional de Crimen y Ciberespacio, organizado por el Centro Crímina, y en el que expertos internacionales ahondaron en el decisivo papel que deben jugar servidores y redes sociales para frenar en seco el avance de las tropas del odio y el terror en el despejado campo de combate que dibuja el ciberespacio. Un coladero para adoctrinar a adeptos y expandir ideologías por las que los terroristas penetran en lo eslabones más débiles de la sociedad occidental sin encontrar mayor oposición que la de unas leyes que, aunque efectivas, son consideradas insuficientes.

Profesor de Justicia Criminal en la Universidad de Leeds, en Reino Unido, Clive Walker, encargado de abrir ayer las jornadas con su conferencia «La guerra de las palabras en el terrorismo», apuesta por «tres posibles respuestas» para combatir la «multiplicación de mensajes que se están dando en internet y las redes sociales a favor del terrorismo».

La primera, y más obvia, pasa por «enjuiciar y castigar a las personas que producen estos mensajes» a través de las leyes actuales. Sin embargo, entiende esta medida como la menos efectiva. «Son muy poquitas las sentencias comparadas con el número de mensajes que hay en internet», razona el experto británico, para quien «el enjuiciamiento de esos mensajes es muy pequeño porque muchas de las personas que los lanzan ni si quiera viven en nuestros países».

La segunda táctica, y la que, a su juicio, esconde mayores posibilidades de éxito, pasa por «eliminar el mensaje». Y ahí es donde entra en juego la mayúscula responsabilidad que a día de hoy tienen tanto los grandes servidores como las redes y plataformas sociales de mayor calado. «En vez de ir contra el mensajero se trata de ir contra el propio mensaje», apunta Clive Walker antes de lanzar al aire la pregunta que el público, expectante, ya empezaba a formularse para sus adentros en el salón de actos Quórum I. «¿Qué cómo se hace eso? Pues diciéndole directamente a Google y redes sociales como Facebook o Twitter: "Eliminad esos mensajes, quitarlos como sea"».

Según el profesor de la Universidad de Leeds, «esas páginas y esos proveedores de servicio ya están colaborando y cientos de miles de esos mensajes están siendo eliminados». «Parece ser una táctica mucho más efectiva que la propia criminalización de lo mensajes por sí mismo, pero internet permite a las personas circunvalar las prohibiciones y buscar alternativas», añade Walker, quien, en última instancia, y como «táctica final», apuesta por «entrar y discutir con la propia ideología del terrorismo». Tenemos que contestarles, hablar mal de las creencias del terrorismo y decir que las nuestras son mejores, pero eso es muy difícil porque en primer lugar tenemos que hacerlo en lenguas que ellos entiendan», añade.

Posible efecto contraproducente

Otro docente británico como Eric Heinze ahondará hoy en las tesis de Walker, al que ayer escuchó atentamente durante su ponencia. Para el profesor de Leyes y Humanidades en la Universidad de Londres, «es muy fácil» mitigar los efectos propagandísticos del odio a través de internet. «Las grandes compañías son las que deberían controlar estas cosas porque son ellas las que tienen el control absoluto de todo lo que ocurre dentro de sus servidores», asegura sin titubear. Heinze aboga por «ser más restrictivos», pero por cerrar «las menos cuentas posibles». «Lo contrario podría tener un efecto contraproducente», sentencia.