Me presentaré: Soy don Miguel de Cervantes. Les explicaré por qué, ahora que se celebra el IV Centenario de mi muerte, he decido regresar para publicar este artículo en la ciudad de Elche. No deben olvidar mi agradecimiento a esta provincia, pues como es sabido, después de mi largo cautiverio en Argel, entré de nuevo en España por el bello puerto de Denia. Serán paradojas del destino, pero lo cierto es que me siento feliz por la publicación de una novela en la que aparece un personaje a quien atribuyo cualidades muy similares a las mías y a las de mi más conocido personaje, don Quijote de la Mancha. Les hablo, por si no lo conocen aún, de un personaje que recientemente ha sido inmortalizado en un novela. Se llama Tejoqui y la novela, «Las aventuras de don Tejoqui de la Panza y Chavalicu». Tejoqui, que viene a ser una versión contemporánea de mi caballero andante, trabaja como cartero los meses estivales y posee muchos de los valores que yo considero necesarios para el hombre de hoy: el entusiasmo, la lealtad, la incapacidad para murmurar y maldecir, el deseo de saber y de ayudar a los demás? Tejoqui es un apasionado de la Historia y se comporta como si fuera una reencarnación del famoso caballero don Quijote. Está enamorado de Palmira, reparte cartas con su amigo Chavalicu, y del mismo modo que don Quijote transformaba la realidad por la influencia de los libros de caballerías, Tejoqui, en cuanto ve el nombre de la una calle, da saltos en el tiempo y cuenta anécdotas de los grandes personajes de la historia. Se trata de una novela itinerante que recorre la ciudad de las palmeras y cuenta parte de su historia de manera novelada. Acompañado por estos personajes, recorro las calles de la ciudad de las palmeras, descubro su historia, visito el Huerto del Cura (donde disfruto con la singular tradición del bautismo de las palmeras), hago turismo por el museo de Puzol y las pedanías de Perleta y El Altet, para acabar en Santa Pola, desde cuyo faro contemplo junto a mis personajes la belleza del mar. Al mismo tiempo, se recrea una sencilla historia de amor. Situada inicialmente la acción en el barrio de La Rata, las andanzas de Tejoqui y su escudero Chavalicu les llevan a descubrir a una joven que se convertirá en Palmira, y que será a su vez una versión moderna de Dulcinea.

Uno de los propósitos de su autor es reivindicar la importancia de la historia y la literatura en los jóvenes, precisamente ahora que imperan la hegemonía de lo audiovisual y cierta pereza para pensar sobre las cosas importantes. Contiene una de las principales virtudes que siempre defendí en mis libros: que se consiga el fin mejor que se pretende en los escritos y que no es otro que enseñar y deleitar conjuntamente (algo así expongo en el capítulo 47 de la primera parte de mi Quijote). En esta novelita que les sugiero subyace en un sencillo homenaje a mi querido Quijote, esa obra en la que puse lo mejor de mí y que, según las estadísticas que ustedes manejan, apenas un 51% de los españoles ha leído. Sé que es compleja su sintaxis y oscuro su léxico, pero si tienen la suerte de leer la actualización (digamos traducción al castellano actual) que ha realizado un tal Andrés Trapiello, a quien le estoy -nunca mejor dicho- eternamente agradecido, podrán conocer el mundo quijotesco del que muchos hablan y que pocos conocen fehacientemente.

Y respeto al autor de «Las aventuras de Tejoqui y Chavalicu», un tal Julián Montesinos Ruiz, bien merecería alguna modesta felicitación. Tampoco puedo olvidar a Mercedes Pastor Latour, una magnífica ilustradora que ha puesto su arte en este libro. Vayan a sus ordenadores y accedan a esa cueva de Montesinos que es internet para descargarse gratis el libro en: http://dontejoquidelapanza.blogspot.com.es/. A su autor, que es desprendido, le importa poco cómo dejar su obra, y mucho menos que yo anuncie con mi palabra lo que calla él con su silencio.

Y a mí, de quien conocen mis humildes pretensiones, me haría ilusión que alguna calle de esta ciudad, desde ahora quijotesca, llevara mi nombre.