Aaron soñó que se estaba ahogando en una piscina y que tenía que luchar para salir a flote. Hizo el esfuerzo y salió... de un coma. «Me desperté del agobio». Lo primero que vio fue a una enfermera de la UCI. Ahora sabe que se llama Jessica, pero entonces la llamó Raquel porque le recordaba a su prima. Ese es el primer recuerdo que tiene este ilicitano de 19 años de su nueva vida; de la vida que tuvo que aprender a vivir hace nueve meses, porque la que tenía antes sufrió un parón cuando a él le sobrevino una muerte súbita mientras jugaba un partido de fútbol. Aún está luchando, y su determinación le ha llevado a asombrar a los médicos, que la primera noche no sabían si viviría, que al principio no esperaban que se recuperara tanto y que ahora le han dicho que no se ponga límites, porque no los tiene. Dice que no sabe de dónde saca las fuerzas, solo que «cada vez podía hacer más cosas, y eso me daba ánimos para seguir».

Ayer recibió el alta médica después de seis meses ingresado en el centro de rehabilitación Casaverde de Mutxamel, al que llegó apenas diez días después de salir de la UCI y en el que ha vuelto a aprender a andar, a hablar, a vestirse. Ya duerme en su casa, con sus padres y sus dos hermanos menores (eso sí, ha tenido que cederle la litera de arriba al mediano), y recibe la visita de INFORMACIÓN enganchado a una videoconferencia con el portátil en el salón, con la mirada fija en la pantalla. Al otro lado está su novia, con la que habla todos los días. «Diles lo que quieres hacer ahora», dice su padre, Octavio: «Quiero ir a Barcelona», dice. «¡No, lo otro!», se ríe el padre, que sabe que lo que más le tira son las ganas de irse con su chica. «Quiero volver a estudiar Criminología, volver a conducir», cuenta él. Quiere también que el deporte vuelva a formar parte de su vida, pero ya de otra forma: «Me gustaría ser entrenador».

Con una camiseta del Real Madrid, sentado en el sofá, despliega una enorme sonrisa cuando la cámara le mira. Observa con ojos azules fijos, responde con contundencia. Cuenta Aaron que no se acuerda de la música que le ponían las enfermeras del Hospital del Vinalopó, pero sí tiene un cierto recuerdo de cuando su padre se sentaba al lado y le leía noticias de deportes. Sabe -porque se lo han contado- que en sus primeros días de ingreso había decenas de amigos en Urgencias esperando el parte de su evolución, pero no se arruga al decir que «sólo me quedan dos». Apenas un par mantienen contacto. Apunta su padre que cuando se les necesita es ahora y no cuando estaba en coma, pero no hay reproche.

Octavio cuenta que ha pasado por momentos muy duros, en los que el apego a la vida era débil. Después de muchas pruebas, la familia sabe que Aaron tiene una enfermedad genética en el corazón que empeora con el ejercicio físico, una dolencia que les han descubierto a su padre y a su hermano de 14 años, quien ya ha dejado drásticamente el fútbol. «Tete, me has salvado la vida», le dice el pequeño. Y es que las señales son tan sutiles que pueden pasar desapercibidas incluso en pruebas de esfuerzo.

Lo que le ha tocado vivir a la familia de Aaron es duro. Y lo han revivido hace unos días, después de que un cadete del Hércules cayera desplomado en la Ciudad Deportiva tras un choque fortuito, y perdiera el conocimiento. Sea como sea, Octavio y su mujer, Paqui, se niegan a dejar de luchar para que en los recintos deportivos, colegios o edificios públicos haya desfibriladores y no bajo llave, accesibles a todo el mundo. No importan los costes. «Hasta que no te toca no te involucras y crees que no te va a pasar; a nosotros nuestra inconsciencia o ignorancia nos ha salido muy cara, pero hay quien ha perdido a sus hijos. Veo sencillísimo que pongan desfibriladores si los políticos quieren, queremos que se legisle a nivel autonómico y que formen a todo el mundo para que un funcionario, un entrenador, un árbitro, o cualquiera sepa usarlos. De lo que le ha pasado a mi hijo no tiene culpa nadie, de acuerdo, pero esto tiene que cambiar. Nada te asegura que un desfibrilador te vaya a salvar, pero puedes tener la posibilidad», relata.

Se enciende tanto que Aaron se ríe. «Cuando le ingresaron en mayo en la clínica, yo habría firmado por la mitad de la recuperación que ha conseguido hoy», dice su padre. Tiene una velocidad de reacción más lenta, pero se ha recuperado a nivel cognitivo y va mejorando en memoria. Tendrá que trabajar la fuerza en la mano izquierda, pero Aaron sabe luchar y salir a flote.