Cada vez más hombres y mujeres pasan los días en los descampados y aparcamientos intentando hacerse con unas monedas a cabio de unas indicaciones para aparcar, guardar un sitio libre o vigilar durante un rato los coches. Esa especie de servicio callejero molesta a muchos conductores y el Ayuntamiento tiene ya claro que el aumento de «gorrillas» es evidente y que las quejas ciudadanas también se están empezando a multiplicar. El concejal de Seguridad, José Pérez, admite que hay puntos especialmente críticos, como el entorno del Hospital General y la Ciudad de la Justicia, muy próximos a un barrio de escasos recursos como es el de Los Palmerales, y otros más céntricos como el aparcamiento de Candalix o el descampado junto a las instalaciones de Cruz Roja en los que resulta enormemente difícil aparcar sin que le pidan a uno la calderilla. El problema, expone el concejal, es que no hay recursos legales que permitan actuar para dispersar a estas personas que, al fin y al cabo, no están más que ofreciendo una ayuda a cambio de una limosna.

O así debería de ser, porque en algunos casos la relación con los que consideran sus «clientes» roza la coacción o la amenaza, según reflexiona el edil, y ahí es donde se vuelve intolerable. Esos casos raramente llegan a ser denunciados y acaban constituyendo un problema social difícil de cuantificar y de resolver. De entrada, el concejal asegura que las recientes modificaciones del Código Penal y la Ley de Enjuiciamiento Criminal han dejado en una sanción administrativa lo que antes podía ser una falta de desobediencia leve a la autoridad (si es de carácter grave sí está penada). Por eso, desde la Jefatura de Policía Local de Elche exponen que el derecho administrativo no «asusta» a quienes se dedican a este negocio, porque, aunque acabe en multa, suelen ser personas insolventes.

Ante esta realidad, que se toca de lleno con el trabajo de Servicios Sociales en lo referente a la mendicidad, la Policía Local ha optado por apostar una patrulla de forma permanente en el Hospital General, intentando generar un efecto disuasorio que al menos tenga el efecto de evitar intimidaciones y daños en los vehículos. El concejal expone que el plan es observar en los próximos meses cómo evoluciona el asunto (sin siquiera acabar de explicarse de dónde salen tantos, reconoce) para decidir si conviene elaborar una ordenanza municipal que regule al menos en el plano local estas prácticas: «Desde que se despenalizó no tenemos armas legales porque no hay ilícito sancionable, pero sí es un problema y hay posibilidad de trabajar en una ordenanza que regule esto». La normativa tendría que definir si hay algún comportamiento que pudiera prohibirse y sancionarse por parte del Ayuntamiento, igual que para abordar la prostitución en la calle o la mendicidad.

Mientras tanto, esa patrulla que se destina a calmar los ánimos en los aparcamientos de la ciudad supone una «detracción» de efectivos que podrían destinarse a otras cosas, tal y como lamenta el intendente general jefe de la Policía Local, César Zaragoza.

Serviciales

La realidad y las características de los gorrillas en Elche varían según su punto de trabajo y la hora a la que desarrollan su labor. Por ejemplo, en el parking de Candalix, por la mañana suelen ser simpáticos e incluso serviciales a la hora de darle indicaciones de emplazamientos a los turistas, pero durante las noches (sobre todo del fin de semana) el ambiente se caldea con frecuencia por la presión que ejercen sobre los conductores de algunos vehículos, llegando a rozar la coacción y generando situaciones que el ciudadano puede percibir como de peligro.

Uno de los habituales en horario matutino explica a este diario que una vez él mismo tuvo que pelearse con otros dos que estaban acosando más de la cuenta a una chica que se iba a meter en un coche: «No es lo mismo estar trabajando aquí de buen rollo que venir drogado, como llegan muchos por la noche, y no controlarse», reseña. «Lo peor es que, al final, aquí pagamos justos por pecadores, y muchos hacemos un trabajo serio y honrado sin molestar a nadie», incide este hombre, que combina las horas que echa en este aparcamiento público con la recogida de palés por la tarde y con montarle un puesto de un mercadillo a una señora. Todo con el fin de darles de comer a sus hijas, que mantiene él solo desde que falleció su mujer.

Muchos «gorrillas» de Elche se desplazan de un lado a otro en bicicleta, con el fin de escapar de los controles policiales y moverse de un punto a otro. La organización, según la mayoría de ellos, consiste en un pacto tácito basado en que se respeta, o se debería respetar, al que está en una zona a una hora determinada. Debería, porque según uno de ellos, que trabaja en el aparcamiento de la calle Martín de Torres, «desde que han intensificado los controles en la zona del Hospital General está viniendo mucha gente que trabajaba allí para acá, que no se corta a la hora de rallar un coche si no le dan dinero». Él proviene de la economía sumergida y dice que «varias de esas personas han estado relacionadas con otros negocios no demasiado buenos, como la droga, y son más agresivos con los otros compañeros», indica este hombre, que tuvo que adherirse a este gremio cuando se quedó sin empleo en la industria zapatera. «Y más vale pedir que robar, ¿no?», subraya.

Mientras tanto, frente a los juzgados un grupo se sienta en un bordillo y entre «litronas» sigue un turno rotativo para probar suerte con cada coche que entra. Otro «gorrilla» del parking del Hospital General admite que la Policía ha intensificado allí los controles: «Yo solo estoy trabajando en la calle, sin hacerle daño a nadie, y parece que la han pagado conmigo», manifiesta, incidiendo en que las relaciones entre compañeros muchas veces son complicadas, al tratarse de un sector tan callejero y en el que todos van a lo mismo: a buscarse la vida, cada uno en su estilo.