Ante una nueva representación del Misterio -ahora enmarcada en un Festival Medieval- quiero hacer unas consideraciones sobre los dramas litúrgicos que poblaban la Europa al final de la edad media y sobre el arte nuevo que comenzaba a erigirse.

Tras el largo paréntesis medieval, la ciudad reapareció en la época gótica. Sobre la ciudad agraria, nuevos estratos sociales, comerciantes, artesanos y pequeños banqueros, se incorporaron a una inédita vida libre. Reunidos en instituciones comunales, agrupados en gremios y parroquias, a su vez demandaron una novedosa espiritualidad que los lejanos monasterios, no podían atender. Aparecieron entonces las órdenes Mendicantes: Franciscanos y Dominicos. Órdenes que construyeron sus Monasterios en el interior de la ciudad y adaptaron el mensaje de la Iglesia a los nuevos tiempos urbanos.

Los nuevos ciudadanos comenzaron a requerir un arte distinto, más realista y directo, que sintonizara con sus maneras de entender el mundo y de admitir las cuestiones celestiales. Esta novedosa demanda de arte, primeramente establecida en Florencia, impuso a su vez un enriquecimiento temático. La gente pedía pinturas sobre las Vidas Sagradas y para tal fin, no solo los Evangelios suministraban información. Los Evangelios Apócrifos se convirtieron en fuentes para esbozar nuevas imágenes de los sucesos cotidianos y humanos de las vidas sagradas. Tal vez el libro que más influyó en la ideación de imágenes fue la Leyenda Aurea del dominico Jacobo de Vorágine. Y en este contexto general debemos situar la aparición de un elemento ciudadano de primer orden como resulta ser nuestro Misterio.

Parece ser que el Renacimiento fue proclive a la representación de dramas religiosos en las iglesias. En ellas la nueva espiritualidad encontró acomodo. Sin embargo, como señala Michael Baxandall en su libro «Pintura y vida cotidiana en el Renacimiento» la distribución geográfica de las representaciones eclesiásticas debió ser irregular. De un lado sabemos que en Florencia hubo un brote del drama religioso durante el siglo XV. Las descripciones señalan además la existencia de una importante maquinaria teatral destinada a representar dichos dramas. Recoge Baxandall: «Actores suspendidos en cuerdas, grandes discos giratorios? gente que sube y baja en nubes de madera?» Pero lo que nos interesa es que estas «Reppresentazioni Sacre» fueron llevadas a la pintura. Y es curioso que estos nuevos asuntos pictóricos a menudo evocan a nuestro Misterio de Elche. Si recordamos la magnífica tabla que se encuentra en el Prado «El Tránsito de la Virgen» de Mantegna, parece ser enteramente una representación de nuestro Misteri. Tal vez podemos fantasear con el hecho de que se representara un drama sobre la muerte de la Virgen en presencia de Isabel de Este, en una estancia del Palacio de Mantua.

De otro lado sabemos que en Venecia estaban prohibidas las representaciones teatrales en el interior de las iglesias. Y queremos aquí plantear que la ausencia de dramas religiosos condujo a la pintura veneciana a una iconografía menos inspirada en las Vidas Sagradas y a su vez, a una mayor musicalización de la liturgia. En el interior de San Marcos comenzó la ejecución de una serie de cantatas que uniendo música y liturgia renovaron el panorama musical europeo. Podemos pensar en la posible relación entre pintura, cantatas y espacio arquitectónico. Por este camino podríamos cavilar que el desarrollo dramático del Misterio influyó en la concepción de la Iglesia de Santa María, como a su vez el espacio de la iglesia contribuyó a la teatralización del Misterio.

El Misterio fue un drama sacro que se incrustó en la ciudad de Elche. En cuanto a los dramas medievales queda aquí planteada una posible disyuntiva: mientras que Florencia persistió en sus representaciones y estas tuvieron que influir en la visualización de los artistas plásticos; Venecia se encaminó a las cantatas ejecutadas en el interior de las iglesias. Y esta dualidad entre lo visual y lo musical llevaría finalmente a la Ópera como forma artística.

Pero siempre he imaginado que la ópera no comenzó en Florencia ni en Venecia sino en Mantua. En ese Palacio habitado por el fantasma de Isabel de Este, donde residirían sucesivamente el pintor Andrea Mantegna y el músico Claudio Monteverdi. Las óperas de Monteverdi triunfarían mas tarde en Venecia, pero quiero pensar que su ideación se forjó en ese magnífico palacio manierista de Mantua en el que Julio Romano dejó su impronta algo alocada.