Convivir con una bolsa pegada al abdomen que permite al paciente expulsar los desechos del organismo de forma artificial, tras ser intervenido quirúrgicamente, conlleva unos cambios que van mucho más allá de lo biológico y supone toda una alteración psicológica y social.

Con tan sólo 27 años, Noel Guillén precisó de un estoma al ser diagnosticado de colitis ulcerosa. Tras agotar la vía de distintos tratamientos, se sometió a una intervención en el Hospital del Vinalopó para quitarle el colón. Antes de ser operado, fue citado en la consulta de estomaterapia donde recibió toda la información que necesitaba conocer sobre el estoma. Un servicio que ha incorporado el centro sanitario con enfermeros especialistas para educar a los pacientes en el cuidado del estoma, la detección, prevención de complicaciones y el apoyo psicológico.

«Tenía ciertos miedos y la forma en que me explicaron las cosas me tranquilizó mucho. Los primeros días no veía el momento de cambiarme la bolsa yo solo», apunta Guilén. El joven ilicitano fue portador del estoma durante once meses, después se sometió a otra intervención que pudo solucionar su problema y la bolsa fue retirada. Ahora, explica que «fue complicado, tuve una fase de rabia, de negación, pero mi enfermero estomaterapeuta me ayudó a llevar mejor las cosas». De esta manera, según recuerda Noel, el especialista le orientó sobre cómo calmar el dolor, las irritaciones y le acompañó durante su proceso aportando siempre un toque optimista.

Como él, a sus 19 años, Zaira Bernabéu, llegó a Urgencias con una inflamación muy aguda en el estómago. Tras valorar su caso, el servicio de Cirugía General solicitó quirófano de inmediato para realizar una coleostomía de urgencia. Su patología había afectado a otros órganos como los intestinos, el estómago y el hígado, por lo que la intervención fue realizada esa misma madrugada. «Cuando me desperté recuerdo que pedí un cocido nada más abrir los ojos y sentir hambre y, en ese momento, me destapé, vi una cicatriz y una bolsa en mi abdomen», rememora.

Ante tal impacto, la paciente reconoce que «la labor del enfermero estomaterapeuta es clave en ese momento, quien ayuda a los pacientes a asumir su nueva situación». La crevillentina admite que «al principio no podía asumir lo que me pasaba. No quería ni ver eso que llevaba en mi cuerpo». Sin embargo, la joven reconoce que cambió el chip con el paso del tiempo y que la consulta de estomaterapia le hicieron ver tenía que ser responsable de su enfermedad. «Tardé en asumirlo, pero ya no me quiero quitar la bolsa. He pasado de tener siempre la barriga hinchada, con problemas de estómago continuos y una muy mala calidad de vida, a vivir feliz», apunta Zaira. Ahora, la portadora del estoma se muestra orgullosa de poder hacer una vida absolutamente normal, en la que la danza del vientre o su afición por desfilar en las fiestas de Moros y Cristianos de su municipio no han dejado de ser posibles.