La vida le ha llevado a hacer de su furgoneta su casa. Sin recursos económicos y sin trabajo, G.S. -no quiere revelar su nombre para que no le identifiquen- es una de la larga lista de personas que sufren el drama de vivir en la calle.

Una decena de camisas y un par de pantalones cuelgan del interior de su vehículo, donde también tiene una toalla y algunos cojines para pasar la noche. Entre sus pocas pertenencias, también cuenta con una pequeña nevera, que, a malas penas, le sirve para aguantar en frío la insulina que necesita para tratar la enfermedad que le hace la vida más difícil, la diabetes. Apenas tiene hueco para mantener refrigerada la comida que consigue con los vales de Servicios Sociales.

Los descampados que se extienden por la ciudad, las gasolineras y los polígonos industriales, cuando la Policía no le llama la atención, son sus refugios para pasar la noche. Por el día, cualquier sombra le sirve para ayudar a combatir el calor del verano. «Esto representa una denigración como ser humano, tan solo quiero un trabajo. Las ayudas para comer o para tener un lugar donde vivir, al final se acaban. De nada sirve que me busquen una casa para unos días si no puedo mantenerla», señala.

Con 41 años, G.S lleva doce meses sin empleo y trece largos días en la calle, de aquí para allá con su furgoneta, lo único que le queda. Hace algo más de dos décadas que llegó a España, con su hijo y su mujer, en busca de un futuro mejor, porque en su país, según confiesa, la economía estaba peor que en España. La compraventa fue su fuente de ingresos desde que llegó y distintos municipios de la provincia se convirtieron en su casa, donde vivía de alquiler.

Sin embargo, la vida le ha dado un revés y, ahora, a las dificultades económicas, se suman la soledad, al no tener apenas relación con su familia. «Yo no sabía qué era Cáritas, nunca he tenido mucho dinero, pero tampoco me ha faltado para comer. Ahora, al no poder pagar el alquiler, malvivo en mi furgoneta», relata desde una gasolinera de Elche.

Lo peor de todo, según admite, es tener lidiar con la diabetes y las dificultades para mantener en buen estado la insulina con la que debe medicarse. Y es que, apenas unos hielos, que consigue comprar de vez en cuando, le ayudan a mantener las inyecciones.

«Hace un par de días estuve ingresado en el hospital una noche, porque me desvanecí. Con 50 grados en el interior de la furgoneta es muy difícil aguantar en buen estado la medicación», apunta. Así, G.S. afronta cada día, cada cual más duro y más largo. En mitad de la precariedad que le aqueja desde este último año, este hombre critica haber sufrido problemas de demora con Servicios Sociales. Aunque reconoce haber recibido ya tres ayudas de emergencia en el último año, denuncia las dificultades para encontrar un techo donde dormir ante la saturación del albergue municipal.

G.S. reconoce que no le gusta pedir en la calle, y que, incluso, se esconde para que no le vean, pero confiesa que ha llegado a dirigirse al alcalde para reclamar ser escuchado y buscar una luz ante su desesperada situación. Pese a ello, aunque ha sido atendido por el Ayuntamiento en varias ocasiones, critica que sufre la demora de Servicios Sociales para buscar una residencia provisional o para recibir la ayuda de la Generalitat.