Desde un punto de vista agro-cinematográfico, ¿parece que su «olivo» está creciendo a buen ritmo a nivel de crítica y público?

Estoy muy contenta. Tú plantas tu olivo y no sabes si a la gente le va a llegar lo que quieres contar. Y no sólo es lo que comentan los espectadores cuando salen de la sala de cine sino lo que cuelgan en Twitter, donde no dejamos de encontrar mensajes muy bonitos.

Cuéntenos el secreto. ¿Algún abono especial?

El secreto creo que reside en que es una idea muy sencilla y universal. Una historia que entiende cualquiera porque cualquiera tiene valores y familia. También funciona el hecho de que te hace llorar y reír, y cuando acabas de verla tienes la sensación de que has realizado un viaje de emociones junto a los protagonistas. Es un mensaje muy sencillo: si lo hicimos mal en el pasado, vamos a hacerlo ahora mejor.

Esto último se lo podrían aplicar muchos. Hay mucha metáfora en su película...

Sin duda, este país, en varias de sus esferas, ha pagado y sigue pagando ese boom de la especulación previo a la crisis. La película refleja la idea de que, actualmente, todo tiene un precio y que cada vez se le da menos importancia a las cosas pequeñas. Los periodistas franceses me preguntan si pongo en valor las tradiciones del campo y para mí hay algunas poco positivas, como el patriarcado. Lo que yo intento recuperar son esos valores ligados a la tierra. Valorar la tierra supone valorarte primero a ti mismo y luego al paisaje que te rodea.

¿Piensa que cala de alguna manera en sus espectadores, más allá de las lágrimas o las sonrisas?

Me parece que las películas que te llegan son muy difíciles de olvidar. No te van a cambiar la forma de ser pero sí te pueden hacer ver las cosas de una manera diferente. Yo ahora miro distinto hacia los olivos o hacia los paisajes. Suelo veranear en la costa alicantina, en la zona de Dénia, y creo que en la Costa Blanca se podría y se puede desarrollar el turismo de una forma más sostenible, respetando más la tierra.

Para documentar su historia viajaron hasta los campos de Castellón, donde se arrancaron muchos olivos en el pasado. ¿Se inspiraron en algún caso real?

A nadie en concreto le ha ocurrido lo que cuento en este largometraje. Pero cuando el guionista Paul Laverty yo viajamos a esos campos nos encontramos con muchas personas mayores que habían vendido hace años alguno de estos árboles por necesidad y todavía les cuesta articular palabra sobre el tema.

Paul Laverty, su guionista y su pareja, suele ser quien escribe las historias de Ken Loach, referente del cine social. ¿Usted también cree en este arte como un mecanismo de cambio?

Yo no busco tanto concienciar o denunciar, si no más bien entender lo que ocurre a mi alrededor. Me parece fascinante cómo es el ser humano: qué le hace feliz, qué le emociona... El personaje de Alma, la protagonista de «El Olivo», me encanta, porque está repleto de contradicciones. Se pelea con todo su contexto. Cuando te acercas a un tema con connotaciones de realidad realizas preguntas y cuando lo trasladas al cine se convierte en explicación. Por ejemplo, en «Te doy mis ojos», yo no podía entender cómo un hombre que quiere tanto a una mujer puede machacarla.

¿Y usted llega a comprender la situación política que arrastra España desde el 20-D?

Entiendo que hay posturas muy complicadas de reconciliar. Pienso que nos falta mirar hacia otros países en los que fuerzas de distinto signo se han puesto de acuerdo para conformar gobiernos y desbloquear este tipo de situaciones. Aunque también comprendo que nadie quiera casarse con un partido marcado por la corrupción política. No obstante, veo que hay mucha preocupación por los sillones y menos por el bien común ciudadano.

¿Parece que el sector del cine ha dejado de ser tan batallador como lo era hace unos años?

Los que nos dedicamos al cine al final somos personas y estamos igual de perplejos ante toda esta situación como el resto de la sociedad. Cabe señalar que reivindicaciones como el «No a la guerra» que se defendió durante un gala de los Goya se pagó caro y se vendió la idea de que estábamos politizados, a pesar de que expresábamos lo que pensaban 11 millones de personas. Lo que a mí me preocupa es que ningún partido apueste claramente por la cultura en sus programas.

Usted también ha puesto la mirada en otros países como Bolivia o Nepal en sus películas. ¿Es necesario echar un ojo ahí fuera y no centrarse tanto en nuestra casa?

Es cierto que en España estamos muy centrados en lo nuestro y nos llega una visión muy sesgada de problemas como, por ejemplo, el Brexit. Yo que vivo en Reino Unido he visto cómo se ha desarrollado la campaña de los separatistas con mensajes muy xenófobos. En Europa en general ha resurgido la ultraderecha ante los problemas económicos. Por menos de esto hace décadas se generaron dos guerras mundiales. Me alegra que en España los partidos revulsivos se acerquen más a la izquierda.

Ante este embrollo político, quizá sea mejor volver a la raíz, a los olivos...

Para cambiar las cosas tienes que cambiar primero tu realidad.