Tristeza y una pizca de esperanza. Son las dos sensaciones que se respiraban ayer en el Museo de Pusol, un centro expositivo que se siente 100% ilicitano, ya que sus fondos se han generado a partir de las donaciones de la gente. Los cinco trabajadores que hoy desempeñan la que, si nada cambia, será su última jornada también lo perciben como algo suyo, como una segunda casa... Entre otras cosas porque, según dicen, Fernando García, su fundador, les ha enseñado a «enamorarse del proyecto» y con ese cariño han conseguido que el centro sea reconocido por instituciones como la Unesco. «Las personas no somos robots a las que les puedas introducir un chip para que ame una iniciativa como ésta», reseñaba ayer José Julio López, que entró al museo hace 18 años a realizar sus trabajos de objeción de conciencia y, al tiempo, se sumó a la plantilla. Realiza labores de guía, mantenimiento y apoya en el área de inventariado. Además, las señoras del pueblo de Pusol le han enseñado a encordar sillas y a hacer palma blanca, y esa sabiduría se la transmite a los niños en forma de taller.

Junto al resto de sus compañeros, estos últimos días, trata de dejar todo listo para el lunes, en el que cesarán su actividad. Junto a otras compañeras está terminando de catalogar material y de organizar los diferentes escaparates para que se queden presentables para las visitas. Se van, pero incluso a la hora de despedirse mantienen ese mimo que se percibe en cada rincón de este museo.

«Va a ese muy triste dejar este lugar en el que somos una piña. No obstante, esperamos que encontrarán una solución para mantenernos», indicaba José Aniorte, encargado de gestionar los fondos. Aniorte ayer comunicaba por mail a centros y entidades con los que colaboran la situación que padecen y trataba de recabar apoyos. Todos ellos confían en que su marcha pueda ser temporal y creen en que su papel, en un proyecto tan personal, «es muy difícil de reemplazar».